HONRAR, HONRA: JOSÉ MARTÍ
En menudo problema nos han colocado ustedes, queridos amigos, al organizar esta reunión de reconocimiento a cuatro miembros de nuestra comunidad que han ejercido el oficio periodístico durante muchos años, hasta la fecha y, por supuesto, pretenden desempeñarlo durante muchos otros más.
Ignoro si este reconocimiento es por haberlo hecho durante tantísimo tiempo o por haberlo hecho bien, o por ambas consideraciones.
Lo cierto es que aquí estamos, compartiendo la mesa una vez más con personas como ustedes, de tantos merecimientos cada uno en particular, que haciendo una pausa en sus agendas ocupadísimas han querido expresar su afecto y solidaridad a estos
cuatro amigos suyos, quienes desde diversos espacios del periodismo impreso, oral y ahora cibernético decimos y defendemos nuestra verdad, por muy relativa que sabemos que es.
Quizá convengamos en que el común denominador de todos quienes estamos aquí y ahora, es que somos políticos, si entendemos la política como interés por los asuntos que atañen a la colectividad, por la marcha de los asuntos del Estado, sin que tengamos que ser necesariamente funcionarios públicos.
En el más fino, sensible y humano sentido del término, éste es un acto político –permítaseme decirlo-, porque el selecto grupo de personas presentes está interesado en exaltar hoy el trabajo de cuatro de sus miembros, componentes activos de la polis, la ciudad, que los griegos tenían en el concepto supremo de entidad donde tiene lugar la convivencia regida por costumbres, normas y leyes, a su vez constitutivas del Derecho.
Hay gentuza que denigra a la política (menos mal que ya están por irse, gracias a nuestra Constitución y a las leyes no escritas de la moral pública); ustedes la dignifican en actos como el que nos reúne esta mañana, porque tiene el propósito simple de honrar a todos sus periodistas por conducto de un póquer de ellos, a los que en un gesto de extraordinaria generosidad consideran merecedores de homenaje.
Cómo no va a merecerlo Armida Torres, feminista crítica de nuestra realidad cotidiana y abanderada insobornable de la Sudcalifornidad. Cómo no Raúl Zavala, sinaloense integrado a sangre y fuego, a periodicazo limpio en BCS, incisivo y cáustico, cuyo primer objeto de su mordacidad es él mismo. Cómo no Alfredo González, quien desde el regreso al solar nativo después de servir al sistema educativo norcaliforniano se incorporó a las milicias orteguistas de El Eco de California para sacudir a tirios y troyanos.
Y de ahí en adelante...
A este servidor, profesor de escuelas ejidales desde los primeros años de su carrera, le quedan ya bastante lejos los años adolescentes en que con asombro vio publicados sus primeros escritos en El Sol de La Paz, del entrañable maestro Javier Benítez Casasola, y a partir de entonces en una larga lista de publicaciones regionales que han abierto sus espacios para permitirme expresar en ellos cuanto he querido compartir con mis congéneres, con el gusto de coincidir con muchos de ellos y con el riesgo de estar equivocado según otros criterios, pero convencidamente respetuoso de ambos.
De modo que, si bien nadie procura satisfacer la vocación de servir a sus conciudadanos en espera de un premio, no viene mal que de vez en cuando alguien nos diga que se valora de manera positiva lo que se ha hecho o hacemos con esa clara intención.
Lo cierto es que este acto, anunciado como homenaje a cuatro personas de la sociedad sudcaliforniana, viene a ser más bien un testimonio de amistad, y más que de honor, de solidaridad.
Saber que se aprecia lo que hacemos es ya bastante nutritivo para la autoestima.
Decía Baltasar Gracián que es cosa triste no tener amigos, pero más triste es no tener enemigos. Cuánto agradecemos que tengamos amigos como ustedes, con quienes compartimos el homenaje porque, como expresó el apóstol cubano José Martí: “Honrar, honra”.
Aprecio mucho su amable atención.
(Eligio Moisés Coronado, el 12 de marzo de 2011 en las instalaciones de la C.N.C. La Paz, Baja California Sur.)
em_coronado@yahoo.com
En menudo problema nos han colocado ustedes, queridos amigos, al organizar esta reunión de reconocimiento a cuatro miembros de nuestra comunidad que han ejercido el oficio periodístico durante muchos años, hasta la fecha y, por supuesto, pretenden desempeñarlo durante muchos otros más.
Ignoro si este reconocimiento es por haberlo hecho durante tantísimo tiempo o por haberlo hecho bien, o por ambas consideraciones.
Lo cierto es que aquí estamos, compartiendo la mesa una vez más con personas como ustedes, de tantos merecimientos cada uno en particular, que haciendo una pausa en sus agendas ocupadísimas han querido expresar su afecto y solidaridad a estos
cuatro amigos suyos, quienes desde diversos espacios del periodismo impreso, oral y ahora cibernético decimos y defendemos nuestra verdad, por muy relativa que sabemos que es.
Quizá convengamos en que el común denominador de todos quienes estamos aquí y ahora, es que somos políticos, si entendemos la política como interés por los asuntos que atañen a la colectividad, por la marcha de los asuntos del Estado, sin que tengamos que ser necesariamente funcionarios públicos.
En el más fino, sensible y humano sentido del término, éste es un acto político –permítaseme decirlo-, porque el selecto grupo de personas presentes está interesado en exaltar hoy el trabajo de cuatro de sus miembros, componentes activos de la polis, la ciudad, que los griegos tenían en el concepto supremo de entidad donde tiene lugar la convivencia regida por costumbres, normas y leyes, a su vez constitutivas del Derecho.
Hay gentuza que denigra a la política (menos mal que ya están por irse, gracias a nuestra Constitución y a las leyes no escritas de la moral pública); ustedes la dignifican en actos como el que nos reúne esta mañana, porque tiene el propósito simple de honrar a todos sus periodistas por conducto de un póquer de ellos, a los que en un gesto de extraordinaria generosidad consideran merecedores de homenaje.
Cómo no va a merecerlo Armida Torres, feminista crítica de nuestra realidad cotidiana y abanderada insobornable de la Sudcalifornidad. Cómo no Raúl Zavala, sinaloense integrado a sangre y fuego, a periodicazo limpio en BCS, incisivo y cáustico, cuyo primer objeto de su mordacidad es él mismo. Cómo no Alfredo González, quien desde el regreso al solar nativo después de servir al sistema educativo norcaliforniano se incorporó a las milicias orteguistas de El Eco de California para sacudir a tirios y troyanos.
Y de ahí en adelante...
A este servidor, profesor de escuelas ejidales desde los primeros años de su carrera, le quedan ya bastante lejos los años adolescentes en que con asombro vio publicados sus primeros escritos en El Sol de La Paz, del entrañable maestro Javier Benítez Casasola, y a partir de entonces en una larga lista de publicaciones regionales que han abierto sus espacios para permitirme expresar en ellos cuanto he querido compartir con mis congéneres, con el gusto de coincidir con muchos de ellos y con el riesgo de estar equivocado según otros criterios, pero convencidamente respetuoso de ambos.
De modo que, si bien nadie procura satisfacer la vocación de servir a sus conciudadanos en espera de un premio, no viene mal que de vez en cuando alguien nos diga que se valora de manera positiva lo que se ha hecho o hacemos con esa clara intención.
Lo cierto es que este acto, anunciado como homenaje a cuatro personas de la sociedad sudcaliforniana, viene a ser más bien un testimonio de amistad, y más que de honor, de solidaridad.
Saber que se aprecia lo que hacemos es ya bastante nutritivo para la autoestima.
Decía Baltasar Gracián que es cosa triste no tener amigos, pero más triste es no tener enemigos. Cuánto agradecemos que tengamos amigos como ustedes, con quienes compartimos el homenaje porque, como expresó el apóstol cubano José Martí: “Honrar, honra”.
Aprecio mucho su amable atención.
(Eligio Moisés Coronado, el 12 de marzo de 2011 en las instalaciones de la C.N.C. La Paz, Baja California Sur.)
em_coronado@yahoo.com