ACTUALIDAD
ESCOLARIDAD
DEL CONGRESO SUDCALIFORNIANO

Recientemente, dos medios locales
de información hicieron saber que “el 33% de los diputados que integran la XIV Legislatura de Baja California Sur, carece
de estudios profesionales o dejó la carrera a la mitad, el 67% tiene carta
de pasante o título profesional, y [de éste] sólo el 19% cuenta con
maestría o posgrado […], y añade que “aunque el 100% cuenta con una amplia
experiencia en actividades de su currículum, también se destaca que el 70% de
los diputados son novatos, siendo ésta la primera vez que participan
en actividades legislativas.”
Se supone, sin conceder, que dichos profesionales
están en condiciones de atender con efectividad sus delicadas tareas. Carecemos
de asideros para aseverarlo, pero, en fin, poseen por lo menos los años mínimos
de asistencia a la escuela para haber adquirido algunos conocimientos
indispensables, tanto como disciplina, metodología y rigor académicos que les
pudieren permitir un desempeño decoroso de sus funciones.
Pero es notable que la tercera parte carece
de profesión alguna, y así resulta que ese segmento del cuerpo colegiado que
dicta los acuerdos, leyes y normas de nuestra convivencia, tiene una
escolaridad que deja mucho que desear en materias fundamentales de conocimiento,
lo cual consecuentemente le impide participar con eficacia en las tareas
legislativas, independientemente de la buena o mala asesoría que reciba en este
sentido.
Luego
entonces, tales tareas resultan cuestionables en tan precarias condiciones.
Es claro que eso poco o nada tiene qué ver con
la eficiencia que pudiesen poseer en lo que toca a actividades aledañas a las funciones
congresales, como las de gestoría y procuración del bienestar de sus electores.
Lateralmente tienen que proveer de dádivas, durante los días de sesión, a una
vasta clientela que los asalta al llegar al teatro de sus actividades.
Lo grave realmente es que una porción no
profesional (independientemente de la alineación, coordinación o subordinación
política a que corresponda cada uno), con visión necesariamente limitada de la
historia, las leyes, la cultura, la ética y todo lo demás de este país y del
estado, propone, dictamina, debate y decide en los componentes esenciales de la
estructura comunitaria, lo que repercute finalmente en la existencia de todos
nosotros.
Cabría preguntarse quién tiene
responsabilidad en estos resultados, si los partidos, sus conciudadanos, los
propios individuos que quizá con la mejor intención, pero sin la certeza de un ejercicio
conveniente al interés colectivo, se dejan candidatear y eventualmente obtienen
el triunfo electoral, sin mayores merecimientos que una popularidad más
derivada de la simpatía personal que de la previa convicción de un conveniente cometido.
Pudiera alegarse en favor de tal indigencia
de preparación (imprescindible para una modesta, no digamos brillante o medianamente
sobresaliente actuación legislativa), la
significación que tuvo el pueblo llano (la plebe, pues) en los primeros tiempos
de la Revolución Francesa, pero tiene que admitirse que los nuestros son un
tiempo y un espacio diferentes: Baja California Sur, donde se han acrecentado
las oportunidades de estudio -no gracias
al gobierno sino al propio impulso social (aunque los informes oficiales se
atribuyan esos logros)-, continúa en busca
de su desarrollo ahora con el lastre de gente en los poderes estatales incapaz
de entender su momento histórico, en una etapa que requiere gran visión y
consecuente desempeño.
Y lo caro que nos salen...
Cabe preguntarse si, luego de tantas luchas,
denuedos y sacrificios de personas verdaderamente valiosas, durante siglos, el
pueblo sudcaliforniano merece tener frutos tan magros en su presente.
Y sería más lamentable aún que permitiéramos
la continuidad y la consolidación de esos errores en detrimento del futuro
deseable para nuestra entidad.
CRÓNICA
SOBRE EL DÍA DE MUERTOS EN BCS

En esa fecha de este 2015, el corresponsal
del periódico Excélsior, de la capital mexicana, Paúl J. Ulloa, publicó una
nota fechada en La Paz, donde afirma que “el aislamiento que por décadas [sic] se vivió en Baja California Sur
influyó para que la ciudadanía [concepto que excluye a los menores de edad]
adquiera costumbres y tradiciones estadunidenses [sic]. Sin embargo, la [in] migración que ha ocurrido en los últimos
[sic] años (cerca de 25 mil
jornaleros agrícolas al año) ha detonado [estallado, reventado, tronado] que
regresen [¿?] algunas costumbres y tradiciones mexicanas.”
Sigue: “Este Día de Muertos o [sic] Halloween, los sudcalifornianos lo
festejan de dos maneras. Las familias tradicionales de esta capital aún
celebran el Día de Muertos disfrazando a sus hijos para que vayan a las tiendas
departamentales del centro de esta ciudad o a las casas de sus colonias para
pedir dulces. En estas familias no se aprecia el tradicional altar de muertos
para honrar a sus ancestros. Sin embargo [¿?], la mayoría de los migrantes que
vienen a Baja California Sur son originarios de Oaxaca, Michoacán, Guerrero,
Chiapas y el Distrito Federal.”
Y en su propia despistadez involucra al
director del Instituto Sudcaliforniano de Cultura, quien supuestamente “reconoció
que gracias a la gente del interior del país se han recuperado, de alguna manera, las tradiciones mexicanas.”
Y finaliza hablando de lo que su sabiduría
le dicta sobre lo que en este sentido ocurre en Tijuana, pero ése es otro
asunto.
Habría que aclarar a ese reportero que el
aislamiento de BCS es de siglos, más que de “décadas”, pero en modo alguno
“influyó para que su población adquiriera costumbres y tradiciones
estadounidenses.” También se debe advertirle que la inmigración es la que básicamente
dio lugar a la formación social de los sudcalifornianos durante milenios, desde
la entrada de los grupos asiáticos que entraron a nuestro continente por el estrecho
de Behring, algunos de los cuales se colaron a esta península.
La integración peninsular aborigen con las etnias
europeas se fraguó en el crisol de una nacionalidad incuestionable: pero aquí,
precisamente por la lejanía del continente mexicano, se asumieron ritos y un
imaginario propios que nada tienen que ver con altares de muertos, que por la
presencia local de compatriotas indígenas han ido estableciéndose desde las instituciones en lugares
públicos determinados (escuelas, plazas, centros de promoción cultural, etc.),
pero la costumbre regional de arraigo popular es la visita in situ al sepulcro (o urna desde que recientemente se inició la
práctica de la incineración) de sus ancestros en el propio panteón o templo
donde se hallan, y ahí –luego de la limpieza y los retoque necesarios- se
colocan memorias, flores y oraciones.
Así que la bella metáfora de la ofrenda
doméstica, y el ajeno cuanto pavoroso jálogüin, se han mantenido en una tangible
marginalidad de los usos, costumbres y tradiciones de Baja California Sur.
Finalmente hay que decir que el funcionario
a que alude el texto, de ningún modo pudo haber aseverado que las tradiciones
mexicanas (o sean los susodichos altares) “se han recuperado”, porque resulta fuera
de toda lógica que se pueda recuperar algo que jamás se ha perdido.
Pero, bueno, ya estamos casi acostumbrados a
que vengan individuos como el escribidor en cuestión, a reinventarnos y decir al
resto del mundo lo que buenamente creen que somos.
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