QUIMERA
DE LOS 200 DÍAS
(Reedición actualizada)

Es verdad sabida por las propias
autoridades que en el momento de planear el año lectivo, los directivos y
maestros tienen que hacer un descuento de, por lo menos, 20 % de esos 200 días (40 días hábiles) por
concepto de suspensiones debidas a un amplio espectro de motivos, en especial
los relacionados con celebraciones: los días del niño y del estudiante, de la
madre y el padre, del maestro, etc., hasta el de muertos y, en el peor de los
casos, el de jálogüin, que como temas
de estudio son, desde luego, necesarios para la formación de los
niños y adolescentes, pero de ningún modo pretextos para suspensión de labores docentes.
Al menos en el calendario del ciclo escolar que
comienza este 24 de agosto quedaron fuera los puentes.
Las interrupciones se producen también en la ausencia
de los profesores debida a permisos económicos y licencias por enfermedad (a
los que tienen derecho, por supuesto). A ello ha de sumarse la asistencia de
algunos grupos a desfiles y comisiones diversas, y todo lo demás que dicte la
experiencia de cada cual.
El problema que tales festejos presentan al
rendimiento escolar es que su preparación requiere empleo de horas y jornadas
enteras en que la tarea del aula ha de ser irreparablemente abandonada. Pero
hay más aún: los gastos que la familia debe efectuar a efecto de proveer a sus
pupilos para el cumplimiento de esos fines.
Fines perfectamente prescindibles, al cabo.
Porque tales fiestas son primordialmente de índole
familiar, no necesariamente del ámbito escolar.
Porque generalmente los festejados acuden al convite
con desgano, ya que “siempre es lo mismo”, “igual que todos los años”, “pura
perdedera de tiempo”, como se escucha
opinar.
Porque los mismos organizadores acaban por hacerlos
para cumplir un deber que impuso la costumbre, bajo el signo de la rutina, sin
propósito de innovación.
Porque conllevan erogaciones innecesarias al
presupuesto familiar.
Porque en su
elaboración se dedica un tiempo que puede, debe ser dedicado mejor a cumplir los
fines educativos, que es, de modo principal, para lo que enseñantes y discípulos
se encuentran en la institución.
Porque, finalmente, la escuela se crea así una
distorsionada imagen social de desperdicio de tiempo e incumplimiento de sus
obligaciones fundamentales.