EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS EN LAS CALIFORNIAS*
Ahí
estaba el marqués del Valle de Oaxaca comandando su quinta y penúltima empresa por
el océano Pacífico, en busca de la supuesta isla a la que la leyenda impondría
poco después el mágico nombre de California.
Aquí
habían arribado un año y medio antes los tripulantes del barco La Concepción, enviados por Cortés y
amotinados contra su jefe Diego Becerra, al que asesinaron encabezados por el
piloto Fortún Jiménez. En su huida hallaron accidentalmente la península
después llamada de la Antigua o Baja California, donde habitaron por poco
tiempo en lo que hoy es La Paz, hasta que los abusos de los extranjeros
produjeron la impaciencia de los indígenas, quienes quitaron finalmente la vida
al propio Jiménez y a una veintena de sus compañeros.
Los
pocos que quedaron debieron abordar su nave y escapar; llegaron a tierras del
actual estado de Sinaloa donde dieron a conocer la gran riqueza de perlas que
poseía la tierra recién vista por ojos europeos. Esas noticias y la idea de
rescatar su embarcación decidieron al Extremeño a viajar hasta este punto de la
mar del Sur.
Tres
barcos constituyeron la expedición: San
Lázaro, Santa Águeda y Santo Tomás, bien abastecidos de
provisiones y gente, entre la que se contaban carpinteros, herreros, marinos,
médicos, religiosos y soldados. Mandó las naves desde Acapulco hasta el litoral
de Sinaloa, y él con algunos de sus hombres marchó por tierra. Parte del
contingente y los bastimentos quedaron en la misma costa sinaloense, y la flota
se echó al mar el 15 de abril de 1535 con rumbo al poniente.
Dieciocho
días más tarde, después de haber avistado el extremo sur de la península (que
luego recibió el nombre de cabo de San Lucas: Yenecamú en lengua pericú) y penetrado por el golfo, estaban dentro
de esta bahía el capitán general de la Nueva España y su gente.
El 3
de mayo es todavía, en el calendario cristiano, el día de la Santa Cruz; por
ello recibió esta denominación la tierra que recién ponía Cortés bajo el
dominio de Carlos I, y que Sebastián Vizcaíno rebautizaría en 1596 como La Paz,
topónimo que prevaleció en definitiva.
Nada
similar era aquello al mundo de maravillas que todos esperaban. El paisaje
físico poco pudiera alentar a quienes venían en busca de riquezas fáciles, y el
humano sólo les ofrecía agrupamientos espontáneos en dura lucha por la
supervivencia en un medio difícil, y cuya evolución, por este motivo, había
quedado detenida en la recolección de frutos, la caza y la pesca.
En el
informe de Francisco Preciado, integrante de la expedición de Francisco de
Ulloa (1539-1540), también costeada por Cortés, se comenzó a dar el nombre de California a esta tierra, principalmente
en referencia a cabo San Lucas.
Luego
de conocerse su existencia por el resto del mundo, su atractivo aumentaría por
la posibilidad que para España representaba de plantar defensas contra la
piratería, así como puntos estratégicos de expansión hacia el norte y el
oriente. Para las órdenes religiosas significaba atraer más almas a la fe
cristiana. Y por lo que toca a las ambiciones particulares, la probabilidad de
obtener grandes ganancias en la pesquería de perlas, por citar sólo algunos
aspectos sobresalientes del irresistible “llamado de California”.
Ahí
permaneció casi dos años el conquistador, afanándose por hacer progresar la
fundación. No obstante que en persona procuró socorros a los colonos poniéndose
él mismo a punto de perecer, y a pesar de que recorrió la costa en busca de
mejor sitio, tuvo al cabo que volverse a México-Tenochtitlan, dejando el
provecho de los conocimientos geográficos obtenidos. Desde esos
acontecimientos, el golfo recibió los nombres de California y de mar de Cortés, que todavía conserva.
El
puerto y bahía de Santa Cruz, en la primera California
de todas, quedó así incorporada para siempre a la historia y la geografía universales.
* Primera de 5 partes leída en la Universidad Lasalle campus Cancún, dentro del XL Congreso Nacional de Cronistas Mexicanos y I Internacional de la Crónica, el
6 de septiembre de 2017. El texto in extenso aparecerá en el vol. II de la memoria respectiva.
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