LAS RECORDACIONES DEL CRONISTA



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ACTUALIDAD

UN ANTIINMIGRANTE PAÍS DE INMIGRANTES

   El jueves 26 de noviembre anterior fue el Thanksgiving day (día de “Acción de Gracias”) en los Estados Unidos, el cual evoca la recolección de la cosecha que levantaron los primeros pobladores ingleses en Plymouth, del hoy estado de Massachussets. Los “pilgrims” o peregrinos ingleses que huían de la persecución religiosa en su país, llegaron al norte de América en diciembre de 1620, cuando debieron enfrentar un invierno del que sobrevivió la mitad de ellos. Pero fue la ayuda de los aborígenes que les permitió permanecer ahí, recuperarse y prosperar mediante la caza, la pesca y la agricultura.

   (Y enseguida despojar a sus amables anfitriones, y finalmente acabar con ellos o confinarlos en las llamadas reservaciones.)  

   Por eso, a finales de noviembre de 1623, el gobernador de la colonia exhortó a sus pobladores a reunirse en la casa comunal para expresar gratitud a su dios. El pavo salvaje se convirtió, desde entonces, en símbolo de ese acontecimiento.

    De ahí deriva la tradición que paulatinamente se extendió a todos partes de la Unión Norteamericana, y que constituye probablemente la fiesta mayor del pueblo anglosajón. Es la fecha de la reunión en el hogar, de la cena abundante, del regocijo familiar.

   Todo lo cual evidencia que el gran festejo de los norteamericanos es testimonio anualmente redivivo de un fenómeno que los ha caracterizado: el de la inmigración. Así, los primeros peregrinos fueron inmigrantes porque la tierra que poblaron aún no era suya, y carentes de documentos porque sólo llevaban consigo lo que tenían puesto.

   El día de Dar Gracias es, en suma, la conmemoración del reconocimiento a la divinidad por los dones otorgados a los primeros inmigrantes e indocumentados del norte continental.

   Entonces resulta inexplicable el generalizado sentimiento antiinmigrante de los estadounidenses, quizá debido a que su idiosincrasia les permite, contradictoriamente, celebrar el pasado pero ignorarlo. Tanto como está fuera de toda comprensión que su máximo héroe de ficción sea Superman, un inmigrante de otro planeta que también les llegó sin papeles, con sólo una carta de presentación de su señor padre.

   Tan absurdo como que hace poco tiempo Arnold Schwarzenegger, ex gobernador de [Alta] California, indocumentado inmigrante de Austria, y en la actualidad Donald Trump, sin duda descendiente también de indocumentados inmigrantes, se erijan en adalides del racismo que se opone recalcitrantemente a la llegada de gente de otros lugares, principalmente de América Latina, que nutre con su mano de obra, vejada y barata, la prosperidad de los Estados Unidos. Se asegura que por cada dólar que recibe, el inmigrante latino aporta cinco a la economía de ese país.

   Más bien aportaba, porque cada vez son menos los que saltan el muro del odio en busca de trabajo, acercando cada vez el fenómeno que predijo desde 2004 la película de Sergio Arau “Un día sin mexicanos”.

   Una nota de Jaime Durand del 4 de mayo de 2014 en el periódico capitalino La Jornada, que tituló “Un millón menos”, dijo que “El último reporte del Centro His­pánico Pew afirma que entre 2007 y 2012 se redujo en 900 mil el número de migrantes irregulares mexicanos en Estados Unidos. Y para lo que va de 2014 la cifra habrá llegado al millón. Se afirma que la migración irregular ha vuelto a subir en Estados Unidos, pero la de origen mexicano sigue bajando. Cada vez son menos los que se van al norte de mojados y cada vez son más los deportados del interior de Estados Unidos.”


   Una vez hechas las anteriores acotaciones, y volviendo al asunto con que empezamos, se puede decir que, si carecemos de reparo en imitar celebraciones extrañas como el Halloween, estaría bien que por acá festejásemos el día de Acción de Gracias norteamericano con el nombre de “día internacional del Inmigrante”, ¿no?

RESEÑA

LAS PREOCUPACIONES HISTORIOGRÁFICAS DE DOMINGO VALENTÍN*

   El 1 de diciembre de 1970, el presidente Luis Echeverría Álvarez designó, en uso de sus atribuciones constitucionales y el mismo día de su asunción a la primera magistratura del país, al ingeniero sudcaliforniano Félix Agramont Cota como gobernante del territorio de Baja California Sur.

   Ello ocurrió primordialmente en atención a las exigencias del movimiento “Loreto 70” que planteó al ejecutivo federal, entre otras varias, la de que se nombrase en la jefatura política a un ciudadano nativo de la entidad o con arraigo en ella.

   El profesor egresado de la Escuela Normal Rural de San Ignacio, Baja California Sur, y quien por su competencia profesional como agrónomo dirigía por entonces la Productora Nacional de Semillas (PRONASE), tomó posesión de la gubernatura en los primeros días del propio mes de diciembre de 1970, en reemplazo del abogado Hugo Cervantes del Río, quien acababa de asumir la secretaría de la Presidencia.

   Transcurridos apenas dos meses, el 20 de febrero de 1971, el Diario Oficial de la Federación publicó la ley orgánica del territorio por la cual se reinstauró en éste el régimen municipal, que se hallaba suspendido desde 1929; el gobierno de la nación preparaba así la inminente transformación que adquirió realidad un poco más de tres años y medio después.


  En esta ley se argumentaba la pertinencia de restablecer el régimen de municipio libre en la entidad, ya que es “sin disputa una de las grandes conquistas de la Revolución, como que es la base del gobierno libre, conquista que no sólo dará libertad política a la vida municipal, sino que también le dará independencia económica, supuesto que tendrá fondos y recursos propios para la atención de todas sus necesidades.”

   El documento exponía que “la municipalidad es una congregación humana, natural y espontánea dentro de una determinada región, que procura metas claramente definidas, tales como la satisfacción de sus necesidades materiales y culturales tanto individuales como colectivas; es decir –añadía-  la consecución de un bien común específico que reclama el esfuerzo total de un núcleo de personas que va más allá del familiar...”

    Y agregó que, al ser el municipio “base de la organización política y administrativa del país, su restablecimiento en el Territorio de la Baja California Sur... da el fundamento necesario para que sus habitantes participen más activamente en su vida política, cuando la entidad acelera el ritmo de su desarrollo económico.”
   Y así quedó dispuesta la transformación de las siete delegaciones de gobierno en tres municipios, “tomando en consideración razones de orden económico y demográfico...”

   El 10 de mayo de 1974, en una reunión de prensa convocada a su regreso de un viaje oficial a la ciudad de México, el gobernante informó que el presidente proponía a la ciudadanía de Sudcalifornia la conversión de su entidad en estado de la federación mexicana.

   El primer día de junio de ese mismo 1974 estuvo el presidente en Baja California Sur, por primera vez para encabezar los festejos del día de la Marina. El acto principal tuvo lugar en Cabo San Lucas, donde representantes de los diversos sectores de la entidad le entregaron un documento en que solicitaban su gestión para que Sudcalifornia adquiriese el rango político de estado de la federación, mediante las reformas respectivas a la Constitución del país.

   Ahí tomaron la palabra el gobernador con el discurso de bienvenida y la proposición relativa al ejecutivo federal; el secretario de Marina en referencia al inicio de las obras de construcción del puerto turístico en este sitio, y finalmente el secretario de la Presidencia, Hugo Cervantes del Río: “El señor presidente me pidió decirles –expresó- que va a analizar con la mayor simpatía esta justa y emocionada petición de ustedes...” Evocó enseguida la serie de acontecimientos que vinculaban al jefe del gobierno nacional con el pueblo calisureño desde hacía varios años.

   “Con el afecto fortalecido desde entonces –prosiguió, ya para terminar-, les deja un saludo y una exhortación: sigan trabajando intensamente; el destino de esta península, ambicionada por intereses extranjeros, está salvaguardada por las manos de ustedes, sobre todo por las manos limpias y generosas de los jóvenes sudcalifornianos...”

   El 1 de septiembre siguiente, de ese mismo 1974, en su cuarto informe de gobierno, Echeverría anunció que próximamente enviaría al Congreso de la Unión la iniciativa de decreto para reformar la Constitución General de la República a efecto de transformar a los territorios de Baja California Sur y Quintana Roo en estados.

   En la argumentación del documento se expresaba, entre otros varios considerandos, que “el territorio de la Baja California posee una rica tradición, más de cuatro veces centenaria […]”; en el aspecto político, fueron reinstalados los municipios libres; en el plano social, la población se había triplicado desde 1940, y disfrutaba de amplios servicios básicos entre los que figuraba notablemente el avance educativo.

   Su desenvolvimiento –decía- “se ha registrado particularmente en los renglones turístico, pesquero, agropecuario [y] en el creciente aprovechamiento de recursos renovables y no renovables.” La inversión federal había superado a la del sexenio anterior; y de ésta, “parte importante se ha destinado a la integración del territorio por medio de eficientes y modernas comunicaciones, entre las que descuella la carretera transpeninsular, columna vertebral de la península.

   Su conclusión ha venido a satisfacer una necesidad sustancial. Al lado de la inversión federal –señalaba-, es preciso apuntar el incremento sostenido de los ingresos propios […] Y “ha crecido también, de manera notable, el producto interno bruto” […]

   Así vivimos el ingreso a otra etapa que nos convirtió en ciudadanos de primera, como consecuencia de una larga cadena de empeños y dilaciones, realizaciones y esperas, en que este pueblo afanoso alcanzó otra de sus metas diferidas por la distancia y el olvido, pero superados por el denuedo y la persistencia.

   Al gobernador Agramont correspondió la tarea de coordinar ambos procesos de la evolución histórica de su tierra, lo cual efectuó con intensidad e impecable responsabilidad.

   De todo ello, pero con amenidad y detalle, se ocupa Domingo Valentín Castro en dos de sus libros donde vierte el interés de escudriñar en los hechos significativos de nuestro pasado, retrotrayendo acontecimientos de nuestra historia que culminaron en la conversión de esta parte sur de la Antigua California, luego territorio, enseguida departamento, más tarde partido, distrito a continuación y finalmente territorio de nuevo, en estado de la federación mexicana.

   Es tiempo ahora de adquirirlos, disfrutarlos y aprender con ellos a querer, respetar y defender más a BCS. Enhorabuena.


* En la presentación de los libros El FUS y Loreto 70, y El proceso histórico de la conversión de BCS en estado libre y soberano. San José del Cabo, 27 de noviembre de 2015.