APRECIACIONES



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LAS RECORDACIONES DEL CRONISTA


28 de junio de 1875. Se hizo cargo del gobierno territorial el coronel Máximo Velasco, en sustitución del general Bibiano Dávalos. En el breve tiempo de la administración de Velasco, de apenas diez meses por su muerte prematura, fue un “joven apreciabilísimo por sus cualidades personales..., un liberal sincero y progresista, justo, de una honradez acrisolada, ilustrado y de un criterio lleno de sensatez [que] satisfizo las aspiraciones de la sociedad”, según el historiador Adrián Valadez.

29 de junio. El pueblo de San Pedro, cercano a la capital del estado, lleva a cabo la festividad anual por ser su día onomástico.

01 de julio de 1769. Procedente de Loreto llegó a la Alta California la expedición por tierra que fundó su primera misión en San Diego.

01 de julio de 1881. Entró en vigor el decreto del presidente Porfirio Díaz por el cual quedó establecido el paralelo 28 grados de latitud norte como línea divisoria entre los distritos Norte y Sur de la península de Baja California.

01 de julio de 1860. Se hizo cargo del gobierno peninsular el peruano Manuel Clemente Rojo, promotor de importante labor educativa en esta provincia y autor de Apuntes históricos de la Baja California, donde se paladea el sabor de la charla coloquial en que se halla contenida una rica información de primera mano sobre hechos, fenómenos, usos, costumbres e identidad de la California colonial y decimonónica, en todo lo cual se advierte una abundante veta de novedosas aportaciones sobre la época.


02 de julio de 1542. El navegante Juan Rodríguez Cabrillo tuvo a la vista la costa californiana, y arribó al puerto de San José del Cabo donde se abasteció de agua para proseguir su ruta de exploración por el Pacífico peninsular.

CRÓNICA HUÉSPED

ENTRE LA LITERATURA Y EL PERIODISMO (2/3)

El presente ensayo forma parte del libro Safari accidental, de Juan Villoro, publicado en 2005 por la editorial Joaquín Mortiz de México.

UN GÉNERO HÍBRIDO

Si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el centauro de los géneros, la crónica reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa. De la novela extrae la condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un final que lo justifica; de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de montarlos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate: la "voz de proscenio", como la llama Wolfe, versión narrativa de la opinión pública cuyo antecedente fue el coro griego; del ensayo, la posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos; de la autobiografía, el tono memorioso y la reelaboración en primera persona. El catálogo de influencias puede extenderse y precisarse hasta competir con el infinito. Usado en exceso, cualquiera de esos recursos resulta letal. La crónica es un animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser.

De acuerdo con el dios al que se debe, la crónica trata de sucesos en el tiempo. Al absorber recursos de la narrativa, la crónica no pretende "liberarse" de los hechos sino hacerlos verosímiles a través de un simulacro, recuperarlos como si volvieran a suceder con detallada intensidad.

Por lo demás, la intervención de la subjetividad comienza con la función misma del testigo. Todo testimonio está trabajado por los nervios, los anhelos, las prenociones que acompañan al cronista adondequiera que lleve su cabeza. La novela Rashomón, de Akutagawa, puso en juego las muchas versiones que puede producir un solo suceso. Incluso las cámaras de televisión son proclives a la discrepancia: un futbolista está en fuera de lugar en una toma y en posición correcta en otra. En forma aún más asombrosa, a veces las cámaras no muestran nada: desde 1966 el gol fantasma de la final en Wembley no ha acabado de entrar en la portería.

El intento de darles voz a los demás -estímulo cardinal de la crónica- es un ejercicio de aproximaciones. Imposible suplantar sin pérdida a quien vivió la experiencia. En Lo que queda de Auschwitz, Giorgio Agamben indaga un caso límite del testimonio: ¿quién puede hablar del holocausto? En sentido estricto, los que mejor conocieron el horror fueron los muertos o los musulmanes, como se les decía en los campos de concentración a los sobrevivientes que enmudecían, dejaban de gesticular, perdían el brillo de la mirada, se limitaban a vegetar en una condición prehumana. Sólo los sujetos física o moralmente aniquilados llegaron al fondo del espanto. Ellos tocaron el suelo del que no hay retorno; se convirtieron en cartuchos quemados, únicos "testigos integrales".

La crónica es la restitución de esa palabra perdida. Debe hablar precisamente porque no puede hablar del todo. ¿En qué medida comprende lo que comprueba? La voz del cronista es una voz delegada, producto de una "desubjetivación": alguien perdió el habla o alguien la presta para que él diga en forma vicaria. Si reconoce esta limitación, su trabajo no sólo es posible sino necesario.

El cronista trabaja con préstamos; por más que se sumerja en el entorno, practica un artificio: transmite una verdad ajena. La ética de la indagación se basa en reconocer la dificultad de ejercerla: "Quien asume la carga de testimoniar por ellos sabe que tiene que dar testimonio de la imposibilidad de testimoniar", escribe Agamben.

La empatía con los informantes es un cuchillo de doble filo. ¿Se está por encima o por debajo de ellos? En muchos casos, el sobreviviente o el testigo padecen o incluso detestan hallarse al otro lado de la desgracia: "Esta es precisamente la aporía ética de Auschwitz", comenta Agamben: "el lugar en que no es decente seguir siendo decentes, en el que los que creyeron conservar la dignidad y la autoestima sienten vergüenza respecto a quienes las habían perdido de inmediato".

¿Qué espacio puede tener la palabra llegada desde fuera para narrar el horror que sólo se conoce desde dentro? De acuerdo con Agamben, el testimonio que asume estas contradicciones depende de la noción de "resto". La crónica se arriesga a ocupar una frontera, un interregno: "los testigos no son ni los muertos ni los supervivientes, ni los hundidos ni los salvados, sino lo que queda entre ellos".