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ASIGNATURAS
PENDIENTES

Por su parte, el artículo 9 de dicho ordenamiento dispone que “Además de
impartir la educación preescolar, primaria, secundaria y media superior, el
estado, los municipios y sus organismos descentralizados promoverán y atenderán
directamente o a través de apoyos financieros, o bien por cualquier otro medio,
todos los tipos y modalidades educativas, incluida la educación especial,
apoyarán la investigación científica y tecnológica, y “alentarán el fortalecimiento y la difusión de la cultura local”, nacional
y universal.
El artículo 12, en su fracción segunda, dice que es atribución del poder
Ejecutivo estatal “proponer a la autoridad educativa federal, los ‘contenidos regionales’ que hayan de
incluirse en los planes y programas de estudio para la educación preescolar,
primaria, secundaria, normal y demás para la formación de maestros de educación
básica.”
A despecho de tales bienintencionadas disposiciones, es evidente el
descuido y la desatención que en cuanto a la debida enseñanza y el necesario
aprendizaje de contenidos regionales ha sufrido la educación básica en nuestra
entidad, en detrimento de la identidad sudcaliforniana y el sentido de
pertenencia que deben ser fomentados entre los niños, los jóvenes y la
población general de Baja California Sur.
Por todo ello, es de esperarse que la nueva administración estatal
promueva las condiciones normativas indispensables para el establecimiento de
la obligatoriedad de la inclusión y el ejercicio, en los planes y programas de
educación básica, de las materias que tiendan a la comprensión y el acrecentamiento
de la realidad histórica, cultural y natural de Sudcalifornia.
CRÓNICA HUÉSPED
MULEGÉ,
2 DE OCTUBRE DE 1847

El día 2 cubrí el costado derecho con el subteniente Jesús Avilez [...]
El costado izquierdo lo cubría el comandante de Caballería don Vicente Mejía
[...]
Como a las ocho, estando revisando las emboscadas, me dio parte el vigía
que estaba en una loma, que había venido un bote a la playa con bandera blanca;
marché llevando al comandante de las guerrillas de la derecha, don Jesús
Avilez, al que comisioné se presentara en el parlamento. Dentro de un momento
se presentó con las instrucciones que el comandante de la fragata enemiga
mandaba al juez de este pueblo.
Impuesto de su contenido, le mandé al comandante de dicha corbeta la comunicación
[en que Pineda se negaba a rendirse]. Serían las nueve de la mañana cuando se
me dio parte que habían echado de dicho buque cuatro embarcaciones al agua con
gente armada; al momento recorrí las
guerrillas arreglando la tropa, y me llené de mucho placer de ver el entusiasmo
tan grande de los señores oficiales y tropa para batirse con el enemigo.
Entradas las lanchas al punto llamado El Sombrerito, desembarcaron cosa de sesenta hombres; dicha fuerza
se dirigió por la loma izquierda protegida por una pieza, y otra volante por
tierra. Al aproximarse a nuestras guerrillas rompió la corbeta sus fuegos – la
lancha y la pieza de tierra— sobre nuestros valientes soldados, el mismo que se
le contestó con mucha viveza.
La dicha corbeta tiró 135 tiros de metralla, bala rasa y granadas, y las
lanchas treinta y tantos; pero los valientes soldados mexicanos que defendían
las emboscadas veían con el más alto desprecio los fuegos de la artillería e
infantería del enemigo, y sí sólo se les oía gritar con semblante muy alegre:
¡Viva la República Mexicana!
En fin, señor comandante general, desde que se comenzó la acción [...],
tanto los señores oficiales y tropa de la Guardia Nacional del heroico pueblo
de Mulegé, se disputaban a echarse sobre el enemigo.
Entre las cuatro y cinco de la tarde corrió el enemigo vergonzosamente
con toda su artillería y la fuerza que había echado en tierra, a pesar de ser
una fuerza muy superior a la que yo tenía a mis órdenes. Por estar muy fatigada
la tropa y el terreno no lo permitió, me retiré con la fuerza para el cuartel
con la gloriosa satisfacción de haberle dado un escarmiento. Las familias todas
dispuse se salieran de la población, quedándose solas las casas, y mandé cortar
el agua.
Recorría las guerrillas con el pabellón mexicano que llevaba un dragón
que me acompañaba. Son dignos de toda recomendación de V. S. [vuestra señoría]
y del supremo gobierno, los comandantes de las emboscadas de la derecha y de la
izquierda, por su valiente comportamiento, y el entusiasmo con que arreglaban
las tropas de su mando para que entraran al combate.
Igualmente recomiendo a V. S. y al supremo gobierno a mis ayudantes los
alféreces de Caballería de la Guardia Nacional don Jesús Ríos y don Matías
Flores, que comunicaban mis órdenes a mi entera satisfacción, en medio de los
fuegos de la artillería y fusilería del enemigo. Es de mi deber recomendar al
capitán de Infantería don Trinidad Díaz y a los alféreces de Caballería de la
Guardia Nacional don Manuel Castro y don Francisco Fierro, que no me dejó qué
desear su brillante comportamiento. El alférez de Artillería de la Guardia
Nacional de este puerto, don Jesús Rodríguez, que mandaba la pieza, cumplió con
todas mis órdenes. También es digno de toda consideración el muy ilustre
ayuntamiento de este pueblo, que no lo desampararon un momento, y con mucha
serenidad presenciaron el combate y auxiliaron en cuanto estaba a su alcance a
sus hermanos los mexicanos.
El señor don Domingo Aguiar, regidor segundo, estaba presenciando el
incendio de una casa que el enemigo había hecho, con toda serenidad del valor
mexicano, y sólo atendía a auxiliar a sus hermanos y sus numerosas familias,
quedándose este buen mexicano y sus deudos con sólo la ropa que tenían puesta
en el cuerpo. El señor juez de Primera Instancia, don Tomás Zúñiga, y don José
Padilla, regidor decano, y don José María Salgado, son los que componían este
ilustre ayuntamiento.
[...]
Igualmente recomiendo a V. S. para que se digne hacerlo al superior
gobierno, al muy reverendo padre fray Francisco Vicente Sotomayor [líder de la “Guerrilla Guadalupana
Comondú Defensores de la Patria”], que no se separó un momento durante la
acción.
Esta ocasión me proporciona el ofrecerle a V. S. mi consideración y
respeto.
Dios y Libertad. Mulegé, octubre 3 de 1847.”
Manuel Pineda.
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