California, tierra perdida, por Alfonso Trueba, Editorial Jus, 2 vols., México, 1955-1958.
El primer volumen comprende el periodo 1769-1800; contiene 94 páginas y 45 partes, una reducida cantidad de las cuales se refieren al sur de Baja California, y el resto a lo que hoy es (desde 1848) la California estadounidense, pues este trabajo pretendió ser de “la serie que nos propusimos escribir acerca de las provincias que fueron de México y que perdimos en la guerra con los Estados Unidos”, según advierte el autor en el prólogo.
Se encuentran en la obra algunos datos interesantes –junto a muchos de inapreciable valor- como el que se ocupa de describir la “cuera”, cuyo nombre sigue designando al vestido de labor de los hombres del campo en esta media península:
“Gálvez instruyó al capitán Rivera para que de la compañía de cuera escogiese el número de soldados que juzgase conveniente. Estos soldados eran los mejores jinetes del mundo... 'La cuera', que les dio su nombre, era una chaqueta de piel, sin mangas, hasta la rodillas, buena para resistir las flechas de los indios.”
El segundo volumen consta de 200 páginas y 115 partes que abarcan de 1800 a 1848 en que, por efectos del tratado de Guadalupe-Hidalgo, la California continental pasó a ser posesión del país norteño.
Se hace enseguida la transcripción de algunas líneas que hablan de un asunto que expresamos en agosto de 1974, respecto al nombre que se pretendía para nuestra entidad, que pronto sería erigida en Estado de la federación mexicana:
“La división de California en dos provincias, proyectada tiempo atrás, vino finalmente a ser puesta en práctica, de acuerdo con real cédula expedida el año de 1804, en que se asignó a las nuevas provincias los nombres oficiales de Antigua y Nueva California. El territorio de la Antigua –o Baja- correspondía al de las misiones de los dominicos, y el de la Nueva –o Alta- al de los franciscanos.”
Por haber sido las Californias unidad cultural y política durante un importante lapso de tiempo, no vendrá mal incluir en nuestra información algo del pasado común que tienen las tres.
Para entender que la colonización y civilización de la más septentrional empezó en el sur de la península.
El primer volumen comprende el periodo 1769-1800; contiene 94 páginas y 45 partes, una reducida cantidad de las cuales se refieren al sur de Baja California, y el resto a lo que hoy es (desde 1848) la California estadounidense, pues este trabajo pretendió ser de “la serie que nos propusimos escribir acerca de las provincias que fueron de México y que perdimos en la guerra con los Estados Unidos”, según advierte el autor en el prólogo.
Se encuentran en la obra algunos datos interesantes –junto a muchos de inapreciable valor- como el que se ocupa de describir la “cuera”, cuyo nombre sigue designando al vestido de labor de los hombres del campo en esta media península:
“Gálvez instruyó al capitán Rivera para que de la compañía de cuera escogiese el número de soldados que juzgase conveniente. Estos soldados eran los mejores jinetes del mundo... 'La cuera', que les dio su nombre, era una chaqueta de piel, sin mangas, hasta la rodillas, buena para resistir las flechas de los indios.”
El segundo volumen consta de 200 páginas y 115 partes que abarcan de 1800 a 1848 en que, por efectos del tratado de Guadalupe-Hidalgo, la California continental pasó a ser posesión del país norteño.
Se hace enseguida la transcripción de algunas líneas que hablan de un asunto que expresamos en agosto de 1974, respecto al nombre que se pretendía para nuestra entidad, que pronto sería erigida en Estado de la federación mexicana:
“La división de California en dos provincias, proyectada tiempo atrás, vino finalmente a ser puesta en práctica, de acuerdo con real cédula expedida el año de 1804, en que se asignó a las nuevas provincias los nombres oficiales de Antigua y Nueva California. El territorio de la Antigua –o Baja- correspondía al de las misiones de los dominicos, y el de la Nueva –o Alta- al de los franciscanos.”
Por haber sido las Californias unidad cultural y política durante un importante lapso de tiempo, no vendrá mal incluir en nuestra información algo del pasado común que tienen las tres.
Para entender que la colonización y civilización de la más septentrional empezó en el sur de la península.