LOS MÉRITOS
Existe confusión general en cuanto a los méritos.
Hay la tendencia a magnificar la obra de la gente en el poder gubernamental o académico, aunque en realidad está hecha siempre con recursos ajenos.
Se cree erróneamente que todo fruto personal tiene mérito, a pesar de que sea producto de un empleo remunerado.
Tal vez por meritorio deba entenderse más bien aquello, de valor para los demás, que resulta de un esfuerzo personal adicional, por el que no se recibe estipendio.
Tiene mérito, creemos, lo que resulta de una acción generosa, desprendida, sin más objetivos que la satisfacción individual y el bien de los otros, sin que medie el lucro o la búsqueda de ganancia.
El trabajo puede tener valor, pero no propiamente mérito si por hacerlo hay de por medio utilidad económica.
El mérito tiene que ver, quizá, con el esfuerzo que alguien hace fuera de sus horas normales de trabajo (del cual vive), lo que conlleva un determinado grado de dificultad.
Mérito posee, sin duda, el libro que el servidor público escribe en horario inhábil, las tareas que realiza el académico en fines de semana y periodos vacacionales, por las cuales no le pagan; el artista que enriquece al mundo con su talento, sin cuestionarse por la retribución; el ciudadano que desarrolla labores socialmente útiles en periodos que otros dedican al reposo.
Todo eso es lo que tiene real mérito, y no el simple desempeño, bueno o malo, de una responsabilidad.
Especialmente lo tiene una labor que se realiza por convicción o vocación a pesar de los que le oponen argumentos u ofrecen obstáculos para efectuarla.
Mérito es, seguramente, virtud que obtiene mayor significación en lugares donde las aportaciones magnánimas son incomprendidas, por lo regular, inapreciadas, y en ocasiones hasta objetos de burla; en sociedades donde abunda la mediocridad, el ansia por lo material, la patanería, el gusto estético deformado por la ignorancia, la simpleza, la chabacanería, la vulgaridad y la ordinariez, alentados por los administradores de su vida pública.
Que no nos salgan, entonces, con que cualquiera tiene mérito.
Hay que fijar muy bien los términos.
em_coronado@yahoo.com
Existe confusión general en cuanto a los méritos.
Hay la tendencia a magnificar la obra de la gente en el poder gubernamental o académico, aunque en realidad está hecha siempre con recursos ajenos.
Se cree erróneamente que todo fruto personal tiene mérito, a pesar de que sea producto de un empleo remunerado.
Tal vez por meritorio deba entenderse más bien aquello, de valor para los demás, que resulta de un esfuerzo personal adicional, por el que no se recibe estipendio.
Tiene mérito, creemos, lo que resulta de una acción generosa, desprendida, sin más objetivos que la satisfacción individual y el bien de los otros, sin que medie el lucro o la búsqueda de ganancia.
El trabajo puede tener valor, pero no propiamente mérito si por hacerlo hay de por medio utilidad económica.
El mérito tiene que ver, quizá, con el esfuerzo que alguien hace fuera de sus horas normales de trabajo (del cual vive), lo que conlleva un determinado grado de dificultad.
Mérito posee, sin duda, el libro que el servidor público escribe en horario inhábil, las tareas que realiza el académico en fines de semana y periodos vacacionales, por las cuales no le pagan; el artista que enriquece al mundo con su talento, sin cuestionarse por la retribución; el ciudadano que desarrolla labores socialmente útiles en periodos que otros dedican al reposo.
Todo eso es lo que tiene real mérito, y no el simple desempeño, bueno o malo, de una responsabilidad.
Especialmente lo tiene una labor que se realiza por convicción o vocación a pesar de los que le oponen argumentos u ofrecen obstáculos para efectuarla.
Mérito es, seguramente, virtud que obtiene mayor significación en lugares donde las aportaciones magnánimas son incomprendidas, por lo regular, inapreciadas, y en ocasiones hasta objetos de burla; en sociedades donde abunda la mediocridad, el ansia por lo material, la patanería, el gusto estético deformado por la ignorancia, la simpleza, la chabacanería, la vulgaridad y la ordinariez, alentados por los administradores de su vida pública.
Que no nos salgan, entonces, con que cualquiera tiene mérito.
Hay que fijar muy bien los términos.
em_coronado@yahoo.com