LA PAZ*
Las
casas de La Paz y las de toda la península, para no repetirlo, por lo común de
un solo piso, se componen generalmente de tres partes: el pasadizo con la sala
de recibo y los cuartos de dormir; el corredor, alegre, alto, lleno de luz y
bien ventilado, que sirve también de comedor; y el patio con la cocina, la
caballeriza, la zahúrda, el molino, a veces el huerto y el baño. Sus colores,
amarillo en las barandas de tiras de madera, de un metro de altura, que
circundan los patios, azul o verde claro en los frontis, rosa y blanco en los
corredores y rojo en los tejados, les dan un aspecto alegre, realzado por una
limpieza que no se encuentra en muchos lugares del interior de la república; sin
ir más lejos, en algunos villorrios y poblachos nauseabundos que rodean a
Méjico.
Esta
cualidad de los californios se advierte no sólo en sus habitaciones sino en sus
personas y hasta en sus animales. No he visto aquí los hombres con calzón de
manta, mugrosa camisa y sombrero infumable de la capital, ni mujeres
desgreñadas y haraposas que pululan en la metrópoli llevando a las espaldas a
sus hijos y en la cabeza las cosas que venden.
Los
buzos y marineros más humildes portan blusa de lienzo, camisa aplanchada de
lustre y pantalón de casimir en invierno, y de una tela llamada mezclilla o lona marina en verano.
Sus
hijos y esposas cubren las espaldas con un chal de lana o seda, desdeñando el
nada elegante rebozo; calzan sus pies con zapatos de la tienda, abominando la horripilante chancla, y se visten, en cuanto es posible, rumbo a la moda, con gracia, si bien sea pobremente.
Aunque
las más de ellas ofician de criadas en las casas grandes, no tienen su
dormitorio en el hogar de sus amos sino en casa de sus padres o parientes.
Estas
humildes familias, que se sostienen de la pesca, de la marinería fiscal y
particular, de la carga y descarga en el muelle, y de los servicios domésticos,
encierran en sus llanas y modestas residencias cuantas comodidades pueden
adquirirse en proporción equitativa a las clases más elevadas.
Sus
casas tienen la misma distribución y dependencias que las otras, con las
salvedades de los techos de palma, los pilares de horcones y las paredes de
madera.
Poseen
máquinas Singer para coser, comen en
mesa enmantelada, usan vajilla de loza y cubiertos, y duermen en catres de
campaña, de lona, cuerdas o tiras de cuero.
Así,
una civilización más adelantada que en los estados interiores de la nación se
nota sin esfuerzo en las familias pobres de esta costa, donde jamás se ven los
repugnantes cuadros de comer en cuclillas,
con los dedos, y acostarse en el suelo pelado, como los cerdos.
Viviendo
estas gentes en un plácido confort,
prolongan sus días, tienen constantemente el humor alegre y se procrean y se
multiplican que es un contento […]
*
José Ma. Barrios de los Ríos (Zacatecas 1864-Cananea 1903), El país de las perlas y cuentos californios,
editorial Pax, México, 165 págs., 1908, págs. 24-26. Una segunda edición de
esta crónica-historia-novela de lectura necesaria fue hecha en Monterrey, N. L.
por el Senado mexicano en abril de 2002.