PARLAMENTARISMO SUDCALIFORNIANO
Resulta decepcionante asistir a las sesiones
del Congreso sudcaliforniano: desde la entrada se siente uno arribar a un espacio
de ordinariez y chabacanería en que los diputados llegan --la mayoría con
retraso, por lo que las sesiones son inexcusablemente impuntuales--, deambulan
por la sala de sesiones y chacotean, algunos en mangas de camisa y otros
francamente desfajados, como parece ser la moda impuesta por el popularismo.
En
ese lugar, que debiera ser de categoría superior incuestionable, prima un
lenguaje vulgar, desorganizado,
asintáctico y torpe, en el que sobresale el afán sexi-foxista de mencionar los
sustantivos por sendos géneros socioculturales: compañeras y compañeros,
diputadas y diputados, ciudadanas y ciudadanos, y así hasta la fatiga.
En ese ámbito, que debería ser aula donde
todos abreváramos sabiduría e inteligencia para plantear y debatir ideas,
proyectos y normas encaminadas a perfeccionar y enriquecer nuestra convivencia,
hallamos sólo a ciudadanos que están ahí por azares del activismo político,
pago de facturas e intereses partidarios, con bajísimo nivel de escolaridad, no
digamos académico, como es fácil advertir.
El
tratamiento parlamentario se halla ausente en las intervenciones y conducta de
los representantes populares: Haciendo gala de un habla populachera y
desparramada, se dirigen a sus pares como “compañeros”, a los periodistas, al auditorio
y hasta a los empleados de ese poder, como si se estuvieran “aventando” un
discurso en plena plaza pública.
Pero hubo uno que, haciendo caso de la gritería de quienes en las
butacas debieran estar guardando orden y silencio, solicitó a la directiva que
fuese omitida su propuesta del orden del día.
Olvidan
quizá que están ahí personificando a un sector de la población del estado, al
que deben consideración y respeto. Pero es peor si lo recuerdan y ha dejado de
importarles.
En
una de las sesiones a que aludo, varios diputados reían, incluso uno de la
directiva, y otros cuchicheaban mientras el orador de una de las fracciones
minoritarias se esforzaba por hacer llegar su discurso opositor a quienes se
regodeaban visiblemente del anticipado sentido de la votación sobre el dictamen
que se “debatía”.
En el entorno estatal sudcaliforniano, pues,
parlamentariamente continuamos sufriendo, de modo innegable, una tangible
minusvalía, que perciben de inmediato el público que asiste por alguna razón y
los estudiantes conducidos hasta ahí sin orientación previa de lo que van a
atestiguar.
De ello es evidencia, entre varias, la
persistente e irracional aprobación que ahí se hace de todo cuanto llega
proveniente del poder ejecutivo, y la mansedumbre con que dan el visto bueno a
resolutivos sin leerlos siquiera.
En vista de que resulta utópico pretender,
por lo pronto, que los asambleístas regionales posean índices deseables de
preparación en tantos sentidos, sería pertinente que, antes de ejercer sus
funciones, recibieran un curso propedéutico de técnica parlamentaria y otro de
atingencia con la materia que los mantendrá ocupados (y les proporcionará
abundante sustento durante el trienio siguiente a costa de nuestros impuestos);
esto es, la correcta redacción de todo aquello que deben elaborar y las
adecuadas formas de expresión en la tribuna. (Lo del cuidado personal seguiría
corriendo a cuenta del respeto que cada quien sienta por sí mismo y por los
demás.)
Es lo menos que de ellos pudiésemos esperar.
En general suben a la tribuna a improvisar sobre su asunto, desprovistos por lo
menos de un guion, con la consecuente incoherencia en el discurso donde cada
párrafo empieza con el nefasto “Sobre todo…”
A los actuales todavía les queda tiempo para
recibirlos y aprovecharlos.
Porque en verdad es penoso verlos conducirse
de manera tan pedestre en el escenario prominente de la vida política estatal,
y escucharlos decir barbaridad y media en el más alto estrado de Baja
California Sur.
Fuera divertido si no resultara tan lamentable.