CUANDO SE HIZO EL
PAISAJE
(Parte introductoria)
Por Antonio Pompa y Pompa*
No hay paisaje sin hombre, ni hombre sin paisaje, y así
la California integró su paisaje cuando apareció el hombre, cuando recorrió sus
maravillosas tierras, que calcinan el Sol, el hombre prehistórico, aquel de
quien ni en la bruma se encuentra mensaje.
Después vino el
que nos dejó huellas en los aledaños de la bahía Magdalena, o en la punta
austral de la península, en las cuevas de San Borjita; aquel que dejó su
mensaje –primero para nuestros días- antes de los rastros del pericú, del
guaicura y del cochimí.
Así el hombre
integró e hizo dinámico el paisaje. La California en los cronistas nos da la
impresión de ese paisaje que sólo se entiende y se conjuga bajo la sensación
estética de la angustia, paisaje hondo y magnífico que da la visión de grandeza
telúrica.
Los primeros
conquistadoras la vieron a través de la leyenda, y palparon muy poco su
realidad magnífica; los cronistas primitivos la conocieron con mayor hondura
pero siempre dentro de un sentido delirante de su geografía que la hizo
península.
La cartografía
auspicia también a la leyenda; así pasa con el mapa de Sebastián Caboto en
1544; el de Zaltieri, en 1566; el de Vaz Dourado, en 1580; el de Cornelio de
Indasis, en 1593; el de Wytfliet, en 1597; el de Arnoldo di Alnoldi Tiamengo,
en 1602, quienes se inclinaban a la visión peninsular.
Otros en el
siglo XVIII la consideraron isla, y así desde 1602 se nota un cambio y los
cartógrafos se encariñan un poco hacia el concepto de isla: así piensan Keppler
y Ekbresht, Welskaret, Nuruberg, en 1630; Piscator y Welskarte, en 1639; F. de
Wiss, en 1660; Gerald Valsk, en 1682; Hubert Jaillot, en 1691; y Hendrick
Donker, en 1693, cierra este ciclo en el siglo XVII, y los documentos españoles
de esa misma época también hacen a la California isla, la isla maravillosa
soñada por los marinos y por los aventureros; aquella isla habitada sólo por
mujeres a quienes gobernaba la reina Calafia [...]
* En Visión de Baja
California, Instituto Tecnológico de Tijuana, 1979, págs. 12-13.