Poca gente reconoce la existencia de un segmento de
políticos que actúan siempre en función de los criterios que les han dado
formación, y sustentan su conducta en líneas definidas frente a las demás
corrientes de pensamiento; lo hacen por convicción y lealtad a sí mismos, y
simultánea fidelidad a la institución que les ha dado oportunidad de participar
y sobresalir, en su caso, dentro de las luchas por el poder público en búsqueda
del bien colectivo, que debe ser su impulso primordial.
Del actuar de
Esthela Ponce Beltrán al frente de la administración municipal de La Paz, por
ejemplo, se ha señalado como especie de abandono a principios y convicciones el
hecho de que lleve adecuada relación con las demás instancias de los gobiernos
federal y locales, cuyos orígenes partidarios son distintos al suyo.
Y es que la
actual presidenta del ayuntamiento paceño ha asumido a la política (de tiempo
completo, según es evidente) como actividad ineludible e irrenunciable, nunca
como labor accesoria, en la certeza de que es en ese ámbito de afirmación
existencial donde puede servir mejor al interés colectivo (que es, por su
parte, el quid del quehacer
político), y la política es negociación, diálogo, convenio, entendimiento,
tolerancia...
El oportunismo y
la connivencia son otra cosa.
Por eso bien se
dice que donde termina la política comienza la guerra, de modo que el concertar
acuerdos debe ser visto como estrategia de trabajo, jamás como claudicación
doctrinaria.
A nadie se le debe
ocurrir pensar, entonces, que Esthela pudiera descuidar la afiliación que la ha
definido, en materia partidista, en su actuar como coordinadora de la gestión
municipal ahora a su cargo, procurando logros y satisfactores donde los
encuentra para el logro del mejoramiento social que se ha propuesto y cuya pesquisa
se fundamenta en principios y programas que están más allá de improvisaciones
caprichosas e inspiraciones espontáneas.
Ingrediente que
sustenta esencialmente la acción de EPB es un claro sentido de Sudcalifornidad
que evidencia una sana formación en valores reales y fortalezas familiares
incuestionables.
La certeza
ideológica tiene basamento válido y finalidades claras. La complicidad
convenenciera, por su parte, nada tiene qué ver con actitudes inherentes al servicio
público coherente con una sana práctica política.