LA PAZ 477
AÑOS DESPUÉS
El jueves 3 de este mayo
de 2012 cumple nuestra ciudad un nuevo
aniversario de que Hernán Cortés llegó a su bahía, a la cual le impuso su
segundo nombre, Santa Cruz, por la
celebración cristiana de la fecha. El primero que tuvo fue el nombre guaycura
de Airapí. La colonia se vio
imposibilitada de prosperar por la carencia de población aborigen y de
abastecimientos de toda índole, pero a partir de entonces fueron elaborados los
primeros mapas de esta tierra, que empezó a recibir el literario nombre de California.
Luego tomó la denominación de La Paz que le dio el navegante Sebastián
Vizcaíno en 1596 por el buen trato que le dieron los nativos.
Algunos años más tarde, la expedición del
gobernador de Sinaloa Isidro de Atondo y Antillón y el cosmógrafo jesuita
Eusebio Francisco Kino la bautizó como real
de Nuestra Señora de Guadalupe, en 1683, que debió ser levantado por la
escasez de agua y la hostilidad de los naturales que razonablemente disputaban
a los extranjeros ese recurso.
Los misioneros Jaime Bravo y Juan de Ugarte la
pusieron bajo el patrocinio de la virgen
del Pilar en 1720, empeño misionero que más tarde se vio frustrado por la
sublevación indígena de 1734-1736 y las epidemias que aniquilaron a sus
pobladores.
Treinta y tres años después, con la llegada
de los franciscanos y del primer gobernador Gaspar de Portolá, el visitador
Joseph de Gálvez dispuso reubicar en la misión de Santa Rosa de Todos Santos a
los pocos naturales que habitaban La Paz, a donde se trasladaron con su
arraigada devoción por la virgen del Pilar, que fue adoptada en la nueva
comunidad guaycura-pericú.
En 1811, el soldado José Espinoza recibió
como gratificación a sus servicios la concesión de ocupar el olvidado puerto de
La Paz, a cambio de que cumpliese la tarea de proveer de agua a las
embarcaciones que ahí anclaban para el embarque de productos originarios de las
minas del sur. Espinoza incumplió su compromiso con la consecuente queja de las
tripulaciones que arribaban al puerto.
El nacimiento de la ciudad pudiere
atribuirse al señor Juan García, quien obtuvo el primer permiso de los
otorgados por el gobernador José Manuel Ruiz en 1823 para poblar aquel paraje
con gente del sur peninsular. García construyó así la casa en la cual hizo un
preliminar acopio de mercancías, lo cual debe considerarse el origen de la vida
comercial en esta región.
Aquello reinició el interés económico de la
escala paceña al grado de que en 1829, la Junta de Fomento de las Californias
decretó el establecimiento de una aduana en cada una de las Californias; por lo
que toca a la parte meridional, quedó instalada en la antigua Santa Cruz, ya
con aproximadamente cuatro centenas de habitantes.
El gobernador José Mariano Monterde, a quien
correspondió reubicar la capital del distrito en La Paz en 1830 ( luego de que lo fue Loreto durante 132 años, y el núcleo minero de San Antonio durante algunos meses), al año
siguiente instaló el primer ayuntamiento, el cual adquirió desde el principio
tanta beligerancia que apenas dos años después desconoció la autoridad del jefe
político interino.
A través de un proceso paulatino de
crecimiento demográfico, económico y cultural, los paceños, como toda la
sociedad sudcaliforniana, debieron enfrentar de 1846 a 1848 los lamentables
sucesos ocasionados por la intervención norteamericana, y más tarde la
incursión filibustera de William Walker en 1853-1854.
Hacia 1877, la vida de nuestra ciudad se
incorporaba al largo periodo porfiriano, que de muchos y variados modos
anunciaba la conformación del ser social, y de todos sus componentes -como el arquitectónico, del que aún se
conservan testimonios-, de la capital sudcaliforniana de nuestros días, con sus
secciones de El Zacatal, La Huerta, San Hilario y San Luis.
En 1881, los paceños vieron acrecentado su
patrimonio con la edificación de la Casa de Gobierno, frente al nuevo jardín
Velasco en el centro histórico de la ciudad, que fue sede de la autoridad hasta
que fue derruida y sustituida por el nuevo palacio en 1962.
Una descripción de la época informó que en
1895, La Paz contaba ya con 5184 habitantes. También habían abierto sus
operaciones los más importantes negocios mercantiles, estaba en apogeo la
pesquería de perlas, la navegación de cabotaje y varias otras actividades
económicas que alentaron el crecimiento local.
En cuatro años más fueron iniciadas las
obras de construcción del palacio municipal, que la población vio inaugurado
antes de su terminación, como parte del programa de festejos con que celebró el
primer centenario del inicio del movimiento independentista nacional, al mismo
tiempo que el teatro Juárez. Otros
actos conmemorativos consistieron en juegos florales, tareas de embellecimiento
de la imagen urbana, kermés en el jardín Velasco así como develación en éste
del busto de don Benito Juárez que ahí permaneció durante mucho tiempo y hasta hoy
se conserva en el atrio de la logia masónica Los fieles obreros de la Baja California, construcción también
decimonónica.
La Paz se incorporó al nuevo siglo, siempre
un poco demoradamente por lo limitado de los transportes y comunicación de toda
Baja California Sur; participó en actividades revolucionarias y continuó
la vida en el alborozo de los carnavales, su proverbial afán en los quehaceres
de la educación y la cultura, con el estímulo de la zona libre, los primeros
servicios de la aviación comercial, el extraordinario auge que provocó el
servicio del transbordador La Paz en
1964 y las embarcaciones similares que operaron posteriormente, la
reinstauración de la vida municipal hace 40 años, inauguración de la carretera
transpeninsular a finales de 1973 así como la conversión del territorio en
estado, que atrajeron inusitada atención y fondos cuantiosos del gobierno
federal a la entidad sudpeninsular.
Es ésta, grosso
modo, la tesonera existencia de una ciudad nutrida con las perlas de sus mares,
el oro y la plata de las minas del sur, la otra plata y el otro oro del prodigioso valle de Santo Domingo, pero primordialmente con la savia de sus propios
empeños, traspiés y aciertos.
Carecemos de una historia de bronce pues la
heroicidad de los sudcalifornianos, lejos de expresarse en hechos guerreros de
sangre y fuego (que no han faltado), se halla en la cotidianidad de su
empecinamiento de enfrentar exitosamente la mezquindad del cielo y las cuitas
del aislamiento.
Todo eso y más nos queda de su larga y rica
historia, llena de ejemplos y lecciones que es necesario repasar por lo menos
en días de celebración como éstos del nuevo aniversario de fundación de La Paz.
(Imagen: Fuente
de la Fundación de La Paz, de Bernardo Arellano, 1983.)