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LOS OTROS CALIFORNIOS

Estupendo es uno de los adjetivos que mejor le vienen al filme del joven paceño César Talamantes, cuyo estreno en la pantalla “grande” tuvo oportunidad de presenciar un público que casi llenó el Teatro de la Ciudad.
Los personajes, inducidos por el entrevistador (que evita mostrarse, excepto por su esporádica voz en off), nos muestran escenas de la vida cotidiana y ancestral en el rancho sudcaliforniano, donde se formó la sociedad de esta media península y donde también son conservadas formas vitales de pervivencia que tienen origen en los primeros tiempos de la Antigua California.
Por todo eso resulta extraño que para este documento fílmico se haya elegido el título que lleva. Si el director hubiese procurado información o asesoría histórica, seguramente habría encontrado que los actuales pobladores del campo regional son descendientes directos de los mayordomos, soldados y demás habitantes de las misiones (entendidas como espacios jurisdiccionales amplios, no únicamente los templos), centros de intensa actividad social que fueron abandonadas a raíz de la secularización y la entrega que de ellas se hizo al clero desde finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Por los días cuando comenzó en el resto de la Nueva España la insurrección encabezada por el cura Miguel Hidalgo, las etnias californias se hallaban en los últimos capítulos de su extinción total; a ello habían contribuido principalmente los cambios en los patrones culturales indígenas, las epidemias y las constantes rebeliones que fueron diezmando paulatinamente a la población aborigen.
A raíz de ello, fueron de modo especial los españoles peninsulares, los criollos y un poco menos los mestizos quienes tomaron posesión de los extensos espacios de la geografía sudpeninsular. Sus descendientes, los actuales rancheros, son los auténticos californios que quedan en los mismos lugares que les legaron sus ancestros, preservando los viejos usos y costumbres, los primitivos pero eficaces sistemas de producción, autosuficiencia y comunicación. Tan es así que aún conservan y emplean palabras del castellano dieciochesco: asina, vide y otras muchas que sólo pueden hallarse en el Cantar de Mío Cid y El Quijote.
Tal vez Talamantes se decidió por ese título pensando que los verdaderos californios fueron los indígenas, y en ese sentido tiene razón, pero los protagonistas de la película son californios auténticos.
Los otros californios somos nosotros, cuya sangre llegó a nutrir las raíces californianas posteriormente. Y a los otros californios nos debería avergonzar el abandono que sufren el campo sudcaliforniano y su gente, paradigmas de una Sudcalifornidad en riesgo de extinción.
La producción técnica es perfecta, y logra tomas de singular efectividad estética, incluso de la agreste tierra abundante de rocas, varas, espinas y todo aquello que la gente del área rural aprende a amar porque es suyo hasta la imprescindibilidad, y esto no es una especulación porque en el documento queda expresado con énfasis en varias ocasiones.
De la participación de Rubén Olachea, sin duda el más conocedor de cinematografía en este universo nuestro, estábamos esperando una exposición que nos ubicara mejor en el reconocimiento a los méritos del trabajo de César; lo que dijo estuvo bien, pero hubiésemos querido que su erudición nos ilustrara más.
En su amena conducción del programa inaugural, Guillermina Sáenz llamó “obra de arte” a la película. Lo es.