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HACIA LA DECISIÓN PRIISTA

A estas alturas del proceso interno de selección de la candidatura del Partido Revolucionario Institucional para recuperar el gobierno de Baja California Sur, cualquiera de sus militantes puede –o debiera- realizar una especie de cómputo de los merecimientos de cada uno de quienes pretenden cristalizar ese objetivo, más allá de sus simpatías y aspiraciones individuales.
Hagamos para ello un sucinto recuento:
A partir de la derrota que sufrieron en 1999, las fuerzas paulatinamente diezmadas del Pri quedaron convertidas, por efectos de la defección y el oportunismo de sus dirigentes y muchos de sus “militantes”, en mecanismos al servicio de la nueva administración, encabezada por ex-priistas con inédito cuanto excesivo revanchismo.
A nadie le cabe duda de que todo ello formó parte de una programada serie de dispositivos para reducir a cenizas al partido que diseñó al nuevo estado, con todos sus defectos y virtudes, al que le aportó desde sus instituciones y Constitución hasta la nueva estructura organizativa.
El capital político que incuestionablemente obtuvo el Pri en aquellos comicios fue sospechosamente preterido (relegado, desechado) o malintencionadamente negado.
Quienes debieron –y pudieron- haberse alzado con aquel porcentaje importante de votos para construir una oposición maciza, preparatoria de una pronta recuperación de los espacios perdidos y, por ende, del proyecto interrumpido por los apetitos personales, rehuyeron el compromiso y se fueron a lamentar la derrota.
No a velar las armas sino a lamer sus heridas.
Los más se fueron comodinamente a la cargada y a cosechar los frutos de su prevaricación.
El resto, los menos, se resignaron al fracaso y nadie más se preocupó por la suerte de su instituto político, sobre todo cuando, al año siguiente, la imbecilidad madracista entregó el poder a un foxismo que se advertía más estúpido aún, y el poder estatal convertía a lo que quedaba del Pri en un buque fantasma, sin timón y sin brújula.
Ocho años después ocurrió que entre jaloneos, descalificaciones y empeños hacia la legalidad estatutaria del Pri sudcaliforniano, llegó Esthela Ponce a la presidencia estatal del partido, con un consistente equipaje de labor partidaria y legislativa.
Y en el afán de levantar de los residuos a su institución, con empuje inusitado trabajó y empezó a poner orden, concertó y reunió, estiró y cedió, pero finalmente logró lo que parecía imposible o, por lo menos, lejano: concitar voluntades, conjuntar intereses, comprometer alianzas y convencer fehacientemente, más allá de los discursos, que la joven sudcaliforniana y su equipo constituían la gente que el priismo esperaba para aglutinar, para cerrar filas..., para ganar.
A partir de ahí, desde la presidencia estatal de su partido cuestionó al gobierno, denunció la corrupción rampante, las fallas y omisiones; subrayó la ineptitud de la administración pública, la insensibilidad política, la ilegalidad, la ineficiencia y mucho más.
Mientras el resto guardaba ominoso cuanto conveniente silencio en espera de mejores momentos. Nadie más criticó, nadie más señaló, nadie más acusó...
Una vez logrado esto en tres años de lucha en la soledad, las limitaciones económicas reales y el apoyo simbólico de la comprensión lejana, la luchadora social ha evidenciado incontrastable vocación política de tiempo completo.
Por eso hay quienes tienen la certeza de que Esthela Ponce se ha ganado un lugar incuestionable en la competencia por la carrera hacia la gubernatura sudcaliforniana.
Se sabe que tiene proyecto, más allá del carisma y las simpatías; tiene seguidores, pero también posee convicciones sólidas; tiene mucha gente que la apoya, pero estamos seguros de que igualmente la respaldan su integridad, su probada lealtad, su insobornable Sudcalifornidad.
Por eso...

em_coronado@yahoo.com