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OFICIO: TIRAR AGUA

La carencia de agua dulce en Baja California Sur es un padecimiento endémico. Ha sido factor primordial entre los limitantes del crecimiento estatal. Todas las actividades económicas han de enfrentar aquí –hasta ahora- tal privación que la naturaleza impone a esta tierra y sus pobladores; por tanto el problema es también social y, consecuentemente, cultural y político.
La falta de agua potable es queja de la colectividad, desesperación de los sectores productivos, pesadilla cotidiana de las administraciones municipales, impotencia de los gobiernos estatales, amenaza que se cierne sobre los habitantes de esta mitad peninsular: Si se acaba el agua, habrá que emigrar.
¿Y qué pasa?
Que a pesar del angustioso llamado de quienes conocen el riesgo de agotamiento del recurso ácueo que pende sobre nosotros por la sobreexplotación que se hace de los mantos de aguas acumuladas en el subsuelo (freáticos), aprovechados por medio de pozos, hay irresponsables por todos lados que contribuyen denodadamente a la extinción de ese elemento imprescindible para la vida en todas sus formas.
Existe una especie de ellos que parece tener como oficio, precisamente, el de tirar el agua. Son personas que, por no saber o no querer hacer cosa útil se dedican a desperdiciarla miserablemente, bajo pretexto de regar las plantas y lavar pisos, banquetas y vehículos, con el conocimiento complaciente de patrones y vecinos que, no obstante el despilfarro que los inconscientes efectúan de ella, nada hacen al respecto.
Y ahí los tiene usted, con su manguerita, derrochando insensatamente el precioso líquido (cuya unidad de medida en Sudcalifornia no debiera ser el litro sino la gota) mientras platican o se sumen en sus cavilaciones, durante horas y horas, malgastando metros y metros cúbicos de fluido invaluable.
El asunto es grave y buena parte de la población parece no darse o no querer darse cuenta de ello. Ignorancia o negligencia tienen el mismo efecto: se está sustrayendo a los que estamos y a los que vendrán, del modo más criminal (a niveles de genocidio, sin exagerar), la posibilidad de vivir; sin adjetivos: simplemente vivir. ¿No es esto en verdad abyecto, antisocial, perverso?
La solución es, como siempre, de índole educativa. Pero a reserva de que aparezcan en escena generaciones (si queda agua para ellas) más comprometidas en la preservación de este bien sin el cual ningún otro es posible, podría pensarse, primero, en promover la instalación de riego doméstico por goteo, partiendo de la circunstancia favorable de que es un sistema que ahorra tiempo y esfuerzo, y que las mangueras que requiere son considerablemente baratas.
Y, segundo, elevar a rango de delito, con penas convincentes, la utilización indebida de esta frágil riqueza natural y patrimonial de todos los sudcalifornianos.
Con el propósito de que esas y otras estrategias idóneas puedan prolongar un poco más nuestra estadía en esta tierra.

em_coronado@yahoo.com