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Los misioneros muertos en el norte de Nueva España, por Atanasio G. Saravia, 2ª. edición, Ediciones Botas, México, 253 págs.

Se aclara que la primera edición fue hecha en Durango en 1920, por lo que fue realizada esta segunda, sin fecha.
Consta de 13 capítulos, en cuya introducción se habla del destacado papel que desempeñaron en la conquista y colonización de la América española los religiosos de diversas órdenes, y el hecho de que, en tanto la predicación se llevaba a cabo con relativa facilidad en el sur y en el centro novohispanos, en el norte la empresa estaba llena de grandes riesgos en virtud de estar poblado de grupos indígenas con una proclividad mayúscula hacia la sublevación.
Cita el autor la circunstancia de que que los misioneros, conocedores de la comodidad del mundo europeo de la época y la tranquilidad de sus propios conventos, se adentran en geografías ásperas y muchas veces hostiles para llevar su verdad, encontrando sólo a la postre la satisfacción del deber realizado o la muerte violenta.
Principa el estudio con la referencia a fray Bernardo Cossin, franciscano de origen francés de quien se tiene el informe de que fue el primer evangelizador muerto a manos de los indios, en este caso de la sierra de Durango, el año 1564.
El capítulo octavo habla de los sucesos relativos a Baja California:
“La catequización de la California baja también hizo víctimas entre los misioneros que en aquella península habitaron, y los primeros de quienes tengo noticia que perecieron allá por la violencia fueron los padres jesuitas Nicolás Tamaral y Lorenzo Carranco.”
Ello ocurrió en 1734, a raíz de la insurgencia pericú en Santiago y San José del Cabo, respectivamente, que paulatinamente se extendió a buena parte de los demás territorios misionales, hasta que fue definitivamente sofocada dos años más tarde.
En total se da aquí la relación de 60 sacrificios efectuados en el norte mexicano, desde el fraile Cossin hasta el P. Felipe Guillén, valenciano, sacrificado en Sonora en 1778.