MUJERES DE CALIFORNIA
Como parte de la crónica del primero de sus viajes al Nuevo Mundo, Colón refirió a los reyes Católicos haber tenido informes de la existencia de una isla poblada únicamente por mujeres.
A principios del siglo XVI fue publicado el libro “Las sergas de Esplandián”, donde se anunciaba que a la derecha del continente americano, o sea sobre el océano Pacífico, “hubo una isla llamada California…, poblada de mujeres negras…, que casi como las amazonas era su modo de vivir...”
Las amazonas se originan en un mito clásico griego, cuya definición esencial es el de guerreras que la leyenda y la literatura se encargaron de ir ubicando en diversos lugares del mundo conocido en la antigüedad y posteriormente. Hallarlas fue una obsesión de las empresas de conquista, y buen testimonio de esa búsqueda fue que al río más largo del mundo se le impuso ese nombre.
En 1524, en su cuarta carta de Relación, Hernán Cortés comunicó al emperador tener noticia de una isla situada en el océano Pacífico, habitada por mujeres, abundante en oro y perlas, y le ofrecía emprender su búsqueda en cuanto pudiese.
En los documentos provenientes de la época colonial de las Californias se hallan evidencias muy claras de la participación femenina en la vida y las costumbres indígenas.
Durante sus gestiones fundacionales de la misión de Santiago, en el sur de la antigua California, el jesuita Ignacio María Nápoli y sus acompañantes se encontraron ante la presencia de quien les fue anunciada como reina; vestía pieles de venado y la seguía gran cantidad de nativos. Se acercó dando bramidos, luego cantaba y hacía sentir de varios modos su autoridad. El también sacerdote Jaime Bravo ya había tenido contacto con este personaje trece años antes, durante un recorrido de reconocimiento por la zona.
Algún tiempo después, en una parte de su crónica sobre la insurrección indígena de 1734-1736, el padre Sigismundo Taraval hizo referencia a una mujer que “era la más celebre hechicera de esos contornos; aun siendo mujer, era en su ranchería a quien no sólo las mujeres mas los hombres cedían, obedecían y seguían. Cogiéronles todos los trastes de sus supersticiones y embustes que son tablas, palos con puño en forma de cabeza y una nariz larga, una vara larga con un gancho con que dicen hacen venir las frutas [pitahayas], un bastón agujereado para llenarle por todas partes de pluma, otro con una figura al modo de palmeta, otro con visos de abanico y otros varios con garfios, puntas y uñas...”
Función exclusiva de las mujeres era la de ser intermediarias en los conflictos que intermitentemente enfrentaban los europeos con los aborígenes y éstos entre sí. Como ejemplo puede leerse que el comandante encargado de sofocar la insurgencia:
“Prosiguió su rumbo para la tierra de los pericúes y se volvió a Santiago, no habiendo logrado después cosa especial. Trajo presos a un hombre y a varias mujeres; a otras había despachado a llamar y a ofrecer el perdón a los de Todos Santos...”
El mismo Taraval preguntó a los indios “por qué habían hecho la sacrílega infamia de matar a los padres [Carranco y Tamaral]. Respondieron que porque no los dejaba hacer lo que querían y prohibía que tuviesen muchas mujeres.”
Dice el padre Juan Jacobo Baegert, misionero entre los guaycuras de San Luis Gonzaga, que “no son muchos entre ellos los que contraen matrimonio con la finalidad para la que Dios lo ha consagrado. Lo que ellos buscan es algo seguro y, además, el hombre quiere tener su criada para poder darle órdenes, aunque este mando no es para tanto, ni la mujer lo toma muy a pecho.”
Sin embargo, el también jesuita Miguel del Barco, de sus vivencias entre los cochimíes de la misión de San Francisco Javier, cuenta que “el mantenimiento de la familia corre por cuenta de las pobres mujeres. Ellas han de buscar la comida para sí mismas, para sus maridos y para sus hijos.”
Del citado Taraval es la afirmación de que “las mujeres son en Californias las que trabajan, solicitan y dan de comer a sus maridos.”
Desde luego hay mucho más que escribir y leer sobre esto; lo dicho sólo nos sirve de pretexto para hacer llegar un cordial y respetuoso saludo a las mujeres de nuestra entidad en ocasión del día del año dedicado a reconocer su contribución, y con cuyo concurso crece Baja California Sur todos los días.
em_coronado@yahoo.com
Como parte de la crónica del primero de sus viajes al Nuevo Mundo, Colón refirió a los reyes Católicos haber tenido informes de la existencia de una isla poblada únicamente por mujeres.
A principios del siglo XVI fue publicado el libro “Las sergas de Esplandián”, donde se anunciaba que a la derecha del continente americano, o sea sobre el océano Pacífico, “hubo una isla llamada California…, poblada de mujeres negras…, que casi como las amazonas era su modo de vivir...”
Las amazonas se originan en un mito clásico griego, cuya definición esencial es el de guerreras que la leyenda y la literatura se encargaron de ir ubicando en diversos lugares del mundo conocido en la antigüedad y posteriormente. Hallarlas fue una obsesión de las empresas de conquista, y buen testimonio de esa búsqueda fue que al río más largo del mundo se le impuso ese nombre.
En 1524, en su cuarta carta de Relación, Hernán Cortés comunicó al emperador tener noticia de una isla situada en el océano Pacífico, habitada por mujeres, abundante en oro y perlas, y le ofrecía emprender su búsqueda en cuanto pudiese.
En los documentos provenientes de la época colonial de las Californias se hallan evidencias muy claras de la participación femenina en la vida y las costumbres indígenas.
Durante sus gestiones fundacionales de la misión de Santiago, en el sur de la antigua California, el jesuita Ignacio María Nápoli y sus acompañantes se encontraron ante la presencia de quien les fue anunciada como reina; vestía pieles de venado y la seguía gran cantidad de nativos. Se acercó dando bramidos, luego cantaba y hacía sentir de varios modos su autoridad. El también sacerdote Jaime Bravo ya había tenido contacto con este personaje trece años antes, durante un recorrido de reconocimiento por la zona.
Algún tiempo después, en una parte de su crónica sobre la insurrección indígena de 1734-1736, el padre Sigismundo Taraval hizo referencia a una mujer que “era la más celebre hechicera de esos contornos; aun siendo mujer, era en su ranchería a quien no sólo las mujeres mas los hombres cedían, obedecían y seguían. Cogiéronles todos los trastes de sus supersticiones y embustes que son tablas, palos con puño en forma de cabeza y una nariz larga, una vara larga con un gancho con que dicen hacen venir las frutas [pitahayas], un bastón agujereado para llenarle por todas partes de pluma, otro con una figura al modo de palmeta, otro con visos de abanico y otros varios con garfios, puntas y uñas...”
Función exclusiva de las mujeres era la de ser intermediarias en los conflictos que intermitentemente enfrentaban los europeos con los aborígenes y éstos entre sí. Como ejemplo puede leerse que el comandante encargado de sofocar la insurgencia:
“Prosiguió su rumbo para la tierra de los pericúes y se volvió a Santiago, no habiendo logrado después cosa especial. Trajo presos a un hombre y a varias mujeres; a otras había despachado a llamar y a ofrecer el perdón a los de Todos Santos...”
El mismo Taraval preguntó a los indios “por qué habían hecho la sacrílega infamia de matar a los padres [Carranco y Tamaral]. Respondieron que porque no los dejaba hacer lo que querían y prohibía que tuviesen muchas mujeres.”
Dice el padre Juan Jacobo Baegert, misionero entre los guaycuras de San Luis Gonzaga, que “no son muchos entre ellos los que contraen matrimonio con la finalidad para la que Dios lo ha consagrado. Lo que ellos buscan es algo seguro y, además, el hombre quiere tener su criada para poder darle órdenes, aunque este mando no es para tanto, ni la mujer lo toma muy a pecho.”
Sin embargo, el también jesuita Miguel del Barco, de sus vivencias entre los cochimíes de la misión de San Francisco Javier, cuenta que “el mantenimiento de la familia corre por cuenta de las pobres mujeres. Ellas han de buscar la comida para sí mismas, para sus maridos y para sus hijos.”
Del citado Taraval es la afirmación de que “las mujeres son en Californias las que trabajan, solicitan y dan de comer a sus maridos.”
Desde luego hay mucho más que escribir y leer sobre esto; lo dicho sólo nos sirve de pretexto para hacer llegar un cordial y respetuoso saludo a las mujeres de nuestra entidad en ocasión del día del año dedicado a reconocer su contribución, y con cuyo concurso crece Baja California Sur todos los días.
em_coronado@yahoo.com