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¡HALLOWEEN, JALOGÜÍN!

Como regularmente ha estado ocurriendo cada año desde hace varios, la subordinación cultural con que se nutre el espíritu de muchos mexicanos -y, en este caso, de muchos sudcalifornianos- celebró el jalogüín en la víspera del día de Todos los Santos, tal y como se realiza en los Estados Unidos de Norteamérica, pero que trasplantado a fuerzas al acervo de nuestras tradiciones resulta grotesco, cómico y torpe, por inauténtico y falso.

No sólo se constituye en atentado contra nuestra identidad sino contra el idioma castellano, el habla común de los mexicanos, pretendiendo injertarle un anglicismo que ningún vacío viene a llenar en los requerimientos lingüísticos de esta nación.

Se trata, eso sí, de otra forma subliminal de admiración a una sociedad supuestamente superior; de vasallaje expreso a lo que algunos, basados únicamente en apariencias, consideran la cumbre de la civilización. De colonialismo del alma, que es con certeza el peor de todos.

Mas lo terrible es que en el fondo de todo el servilismo a maneras de ser y existir que nos son esencialmente ajenas, anida una peligrosa predisposición (por desinformación, irresponsabilidad o, de plano, mala fe) a atropellarlo y vituperarlo todo: patria, soberanía, dignidad, independencia y lo demás que la sociedad de este país ha construido en el largo transcurrir de su historia, y que nos ha legado confiando en que sabríamos custodiarlo con lealtad.

Para no preocuparnos por estas cosas, alguien tendría que convencernos de que en cada niño jalogüinero no habita el germen de la entrega a ese extraño enemigo que juramos combatir cada vez que cantamos el Himno Nacional.

Correo e.: em_coronado@yahoo.com