LAS CALIFORNIAS EN LA
NUEVA HISTORIA
MÍNIMA DE MÉXICO
La
Nueva historia mínima de México fue
editada por El Colegio de México la primera vez en 2004, y hasta 2015 llevaba
ya doce reimpresiones. Como siempre hago, de ésta busqué en el índice
onomástico y toponímico (de nombres y lugares), lo relativo a Baja California Sur:
resultó que el nombre de esta entidad federativa se halla ausente y sólo
aparece el de Baja California, estado de.
Hay ocho referencias. La primera está en la
página 11, donde el coautor Pablo Escalante Gonzalbo advierte: “Nuestra
predilección por la gran Tenochtitlan como sitio de referencia de la
nacionalidad, nuestra familiaridad con Moctezuma Ilhuicamina y con
Nezahualcóyotl no deben hacernos olvidar que otros antepasados nuestros vivían
en rancherías de las montañas de Chihuahua, cerca de lobos y osos, y otros
caminaban desnudos por las ásperas tierras de Baja California, mirando casi
siempre la línea del mar…” Es preciso subrayar que, por los tiempos a que se alude,
el concepto de Baja California era inexistente, y toda la península
noroccidental de Nueva España, así como su extensión continental, desde la
estada de Hernán Cortés en 1535 en lo que hoy es La Paz, hasta la llegada del
visitador Joseph de Gálvez y los franciscanos presididos por Junípero Serra en
1769, sólo fueron conocidos en mapas y manuscritos como “las Californias”. Por
supuesto, el estado actual de Baja California estaba en esos tiempos lejos aún de
tomar realidad en algún sentido.
La segunda se encuentra en la página 100,
donde don Bernardo García Martínez afirma, respecto a la posesión de la
Luisiana por Francia, que “España pudo compensar este golpe con la ocupación de
Baja California, promovida por los jesuitas a partir de 1697 con el exclusivo
fin de extender sus misiones, empresa en la que obtuvieron magros resultados…”
Habría que aclarar al señor García que a) los jesuitas jamás ocuparon Baja
California en 1697, sino California, cuyo primer asentamiento fue establecido
en Loreto, del actual estado de Baja California Sur; b) esa ocupación tenía varios
otros fines, a más de extender sus misiones; y c) fueron mucho más que “magros”
los resultados que produjo la colonización jesuítica en California durante 70
años, varios de los cuales perviven hasta nuestros días.
La tercera puede hallarse en la página 167,
donde Josefina Zoraida Vázquez, hablando de los tratados en que tuvimos la
pérdida de territorio nacional a consecuencia de la guerra de los EUA contra
nuestro país, dice que los comisionados mexicanos “lograron salvar Baja
California y Tehuantepec…” Debe aclararse que, en todo caso, lograron salvar
“la península de” Baja California. Aquí es insuficiente que se diga Baja California
con la idea de abarcar todo el territorio peninsular, en vista de que en el
índice toponímico sólo aparece el estado de Baja California, y ello se presta a
confusión.
La
cuarta aparece dos páginas más adelante, donde la misma eximia historiadora sostiene
que “Santa Anna tuvo que enfrentar de nuevo el expansionismo norteamericano,
insatisfecho a pesar de haberse engullido la mitad del territorio mexicano y
que presionaba para hacerse del istmo de Tehuantepec, la Baja California y, de
ser posible, los estados norteños…” Es el mismo caso anterior, ya que la
escritora parece olvidar que la península californiana está dividida en dos
entidades federativas.
Una
quinta se encuentra en la página 266: cuando Luis Aboites Aguilar habla del
gobierno de Lázaro Cárdenas, apunta que “El reparto de tierras se aceleró de
manera notable y alcanzó áreas de alta productividad como La Laguna, en Durango
y Coahuila; el valle del Yaqui, al sur de Sonora; el valle de Mexicali, en Baja
California…” El historiador debió decir “en el actual estado de Baja
California”, ya que, por entonces, esa entidad era el Territorio de Baja
California Norte.
La
sexta corresponde al mismo autor, que en la página 280 se ocupa del gobierno de
Miguel Alemán, y sostiene que “la intención federal de generalizar el impuesto
sobre ingresos mercantiles se encontró con la oposición de los estados más
ricos (Veracruz, Baja California…)", en lo cual acierta, pues para entonces ya
se había erigido el estado de Baja California que, poseyendo sólo la mitad
septentrional (de menor extensión territorial) de la península, asumió el nombre de toda ella.
Del
mismo Aboites Aguilar es la séptima, quien en la página 283 expresa: “En Baja
California, Chihuahua y San Luis Potosí tuvieron lugar movilizaciones…”, lo
cual es correcto en cuanto corresponde al nombre del actual estado
bajacaliforniano.
Y la última está en la página 295, también
de don Antonio; analiza el gobierno de Carlos Salinas, al que atribuye “el
reconocimiento en 1989 del primer triunfo de un candidato opositor (el panista
Ernesto Ruffo), a una gubernatura, en este caso la de Baja California.” Bien.
Entonces y en resumen resulta que, para
nuestros historiadores*, la porción sureña
de la península de California, la primera California de todas, origen de la
civilización en las Californias, carece de significación en la historia patria,
y todo lo que es digno de ser contado, enseñado y aprendido por los mexicanos,
es atribuible sólo al estado de Baja California, que lo es apenas desde 1952.
Por otra parte, en relación a los empeños expansionistas
norteamericanos para zamparse a la Alta California -su denominación oficial
antes de 1848 en que se produjo la pérdida-, la misma Josefina Zoraida Vázquez
alude en tres ocasiones (páginas 164 y 165)
a esa posesión mexicana simplemente como California, sin el adjetivo
como se la conoce a partir de su anexión a los EUA.
Todo lo cual deviene errónea e injusta
apreciación tal vez imputable más a la limitada información que a la mala fe,
parece…
*
Cuatro más integraron el elenco autoral: Luis Jáuregui, Elisa Speckman Guerra y
Javier Garciadiego.