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MANDATARIOS Y AUTORITARIOS

Hacia principios de los años 1970s, un joven presidente municipal sudcaliforniano expresó en su discurso de recepción de ese cargo, que él  jamás habría de sentirse mandatario, ya que el verdadero mandatario era el pueblo que lo eligió.

Tan descomunal confusión, sin duda producto de la falta de lecturas, motiva la presente nota que debe empezar con una premisa incuestionable: los sinónimos perfectos son inexistentes, de manera que en el proceso de redacción se debe aplicar siempre la palabra que se ajuste con exactitud a lo que se pretende decir: asno, borrico, burro, jumento, pollino y rucio son sinónimos entre sí, pero cada uno de tales sustantivos posee alguna característica que lo diferencia de los demás. Queda esto de quehacer para los aficionados al diccionario.

El caso es que comúnmente se emplea el término “mandatario” como sinónimo de cualquier cargo público de nivel ejecutivo; así se le dice mandatario al presidente y al gobernador, por ejemplos.

Pero resulta que sólo merece el título de mandatario aquel que en efecto (de hecho, en la práctica) cumple el mandato de sus gobernados, o sea quienes lo colocaron en esa responsabilidad mediante el sufragio mayoritario, los electores.

Ese mandato se expresa en los objetivos históricos de la colectividad que el personaje intenta dirigir, en los planteamientos del programa de acción que enuncia el candidato* durante sus actividades en procuración del apoyo ciudadano, en lo que luego se constituye como su programa de gobierno, y en los imperativos sociales que surgen durante la administración que conduce.

Por otra parte, un lema o consigna de campaña de ninguna manera puede sustentarse como plan de acción gubernamental, pues es apenas esbozo e intención desprovista de contenido; el contenido es el compromiso que asume, el mandato que está obligado de modo expreso a cumplir.

Y así leemos y escuchamos que el vocablo mandatario es utilizado tan despistada como erróneamente para designar a ilustres dictadores, cabezas de regímenes totalitarios que sin tomar mínimamente en cuenta la opinión de sus gobernados (o desgobernados), hacen lo que les viene en gana por sí mismos o a través de congresos sumisos que aprueban obedientes cualquier iniciativa del poder ejecutivo, por arbitraria que sea, y medios que aplauden toda acción oficial por equívoca que fuere.

De manera similar ocurre, por citar un caso, con ese obeso policía que ni siquiera es originario de la tierra que dice gobernar, heredero de un sistema sucesorio enquistado en el mando público desde hace ya 17 años. Es evidente que me refiero a Nicolás Maduro.  

Así que dejémonos de eufemismos y sinónimos desacertados para llamar a los autoritarios, populistas y demagogos como lo que son, obligándolos a cumplir debidamente lo que ofrecieron con tanto ardor en los fragores de la campaña.

De lo contrario, que el pueblo se los demande, como lo está demandando ya, en nuestro país y el resto del continente, a varios depreda-erarios que se sentían intocables e imprescindibles.    


* Una de las acepciones de la palabra “candidato” lo define como “persona cándida, que se deja engañar”. Paradójico, en verdad.