PRESENTACIÓN EXCEPCIONAL
La función comenzó con dos públicos: uno
interior integrado por la nutrida asistencia de invitados y personas
interesadas en el asunto, y el otro por una decena de ciudadanos que desde el
exterior, apoyados en los amplios ventanales enrejados de la Casa de la
Cultura, expresaban su inconformidad por el acontecimiento que realizaba gente llegada
de fuera, presumiblemente opuesta a los trabajos mineros, actividad histórica y
básica en la región.
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Atendidos oportunamente por la mesa
principal que formaban el autor, el comentarista Raúl Antonio Cota y el
conductor del programa, los hombres y mujeres apostados en las rejas recibieron
invitación respetuosa a decir su verdad dentro de la sala; algunos accedieron y
se formó entonces un diálogo de lo más interesante, que arrojó como conclusión
que a todos hacía falta mayor información sobre el tema, ya que el libro se
limita a plantear una serie de imaginarias entrevistas a un agricultor, un
ingeniero, un comerciante e individuos de otros oficios y profesiones, de todo lo cual
resulta un conjunto comedidamente ponderado respecto a esa polémica cuestión.
Se dijo entonces que los sanantonianos
tienen muchas razones para sentirse orgullosos de su historia, pues en su
región (Santa Ana, precisamente) tuvo lugar el primer registro, en todas las
Californias (comprendidas desde cabo San Lucas hasta Alaska), de esa actividad
exclusivamente humana que es el trabajo, ya que éste tiene como requisitos la
libertad, la voluntad más la debida retribución, y eso únicamente se dio a
partir de las labores que llevó a cabo aquí la empresa minera de los hermanos
Manuel y Antonio de Ocio, totalmente fuera de la jurisdicción misionera, que
jamás permitió el trabajo propiamente dicho de los neófitos, al margen de las
tareas que obligadamente debían efectuar.
En esta zona, el visitador Joseph de Gálvez
y el franciscano Junípero Serra (santificado hace poco tiempo por el Vaticano) planearon en 1769 la “Expedición Sagrada” hacia
el poblamiento de la Alta California, que en el mismo año cubrió su primera
etapa con el establecimiento de la misión de San Diego de Alcalá, a
base de múltiples elementos sustraídos a las misiones peninsulares y una embarcación
decomisada a los hermanos Ocio.
Fue también aquí donde se creó el primer sitio
de carácter civil de las Californias, pues antes de él todo estuvo administrado
por el régimen jesuítico, de contenido, objetivos y autoridad obviamente teocráticos.