Semana
de armonía prodigiosa entregó a su creciente público la Sala de Conciertos de
la Escuela de Música de La Paz, Baja California Sur, del lunes 19 al sábado 24
de este octubre (2015), con el título de “VI Festival Internacional de Música
de Concierto”, bajo la dirección artística del maestro Jósef Olechowsky, con
participantes de primer nivel de (en orden alfabético) Azerbaiyán, Cuba,
España, EUA, Finlandia, Israel, México, Panamá, Polonia, Rusia y Ucrania.



Al final de esa noche hubo oportunidad de
recordar que el 21 de octubre de 2014, exactamente un año antes, en la misma
sala tuvo lugar el estreno de la suite “La Paz”, dedicada a la capital
sudcaliforniana por el pianista polaco Jósef Olechowsky, quien acompañado del violinista
Kazimierz del mismo apellido, hizo el preciado regalo a los paceños. En aquella
ocasión fue puesto a disposición del público el respectivo disco compacto, y
quienes deseen disfrutar la obra por primera vez o gozarla de nuevo pueden
todavía hacerlo en el sitio olatv.com.mx de la red digital.



Ese mismo público empieza a exigir también,
por ejemplo, que se comience a poner como condición de ingreso a la sala un
vestuario y calzado que vaya más allá de los “shorts” y los huaraches, que es con
lo que llegan ataviadas algunas personas que en sitios similares de su patria
tienen prohibido el acceso. La postmodernidad, en su sentido de “falta de
compromiso social”, debe tener limitaciones, quiérase o no.
En el reverso de los boletos de entrada a la
sala puede leerse que “No está permitido apartar lugares”, y en algunas
sesiones hallan los asistentes que determinados asientos están apartados, o
reservados para personas del mundo oficial, lo cual contradice la norma, a
menos que se haga la especificación respectiva: “excepto para funcionarios
públicos”. Y todo el mundo conforme.
Otra disposición expresa que “Sólo se podrá
acceder o abandonar la sala durante los aplausos o intermedios”, pero
finalmente se ve que cada huésped entra y sale a la hora que le viene en gana,
sin que haya quién deba evitarlo. Todo queda, pues, al buen criterio de quienes
verdaderamente lo tienen.
También las directrices del lugar indican:
“Límite de acceso a la sala 15 minutos antes de iniciar el evento [sic]”, y se ha visto entrar a ese
espacio a individuos que, aparte de llegar tarde y permitírseles entrar (en clara
infracción a lo dispuesto), en vez de permanecer con prudencia en espera del
intermedio o el aplauso (a los artistas), se ponen ruidosa y
desconsideradamente a buscar, escoger y ocupar butacas al son del culposo “con
permiso, con permiso”.
El supuesto es que se concede “Acceso sólo a
niños mayores de 7 años”, pero si los chicos carecen de una mínima preparación
musical o la simple advertencia de “portarse bien”, se dedican, durante toda la
función, a interrumpirla con movimientos y contorsiones fuera de lugar, idas al
baño, comentarios al adulto acompañante, empleo del móvil y otras cosas, lo
cual es verdadera molestia para los demás.
Hay gente que parece ir a los conciertos
exclusivamente a toser, porque tiene accesos naturales y periódicos (por lo
cual se debiera eximir de asistir); porque posee la convicción de que es
inmerecida la atención que se concede a la música para ser cabalmente escuchada
y alguien debe interrumpirla; o porque sufre rechazo o miedo al silencio,
técnicamente llamado sedatofobia.
Existe otra clase de sujetos que aplaude por
todo, y lo hace al primer violín cuando entra simplemente para dar la
primigenia nota que guía la afinación, palmea cada uno de los movimientos o
partes de la composición, cuando entran los músicos y el director (o sea antes
de saber si cumplirán bien su cometido), hasta el esplendoroso final.
De cualquier manera, procuremos merecer los afanes
de Luis Peláez, de Iván Hallal y de Armando Torres por continuar teniendo nuestra
Sala de Conciertos en continuo crecimiento artístico, esta prestigiosa Escuela
de Música en alta estima social, y la Orquesta Filarmónica para orgullo y prez
de Baja California Sur.