CRÓNICA HUÉSPED

RONDAS INFANTILES A LA LUZ DE LOS FAROLES

Por Rogelio Olachea Arriola*

Allá cuando el gendarme recorría las calles con su lamparita, a primeras horas de la noche, podían verse grupos de niños, alternando el coloquio familiar en su banqueta, con rondas infantiles.

   “El Milano”, “El Botellón”, “La Momita”, “El Gato", “Al Canicani”, con perfiles de inocencia, eran esas rondas. Entonces no había pandillas de jovencitos rebeldes porque, a las nueve, el toque de silencio indicaba que todo [el] mundo debía irse a dormir. Se escuchaba el ruido del galope de las acémilas de los gendarmes y el silbato de los serenos que gritaban la hora a partir de las 11:00 P. M.

   En el cuartel se dejaba oír el

   - ¡Centinela! ¡Alerta uno!

   - ¡Centinela! ¡Alerta dos!

    Y así, en números sucesivos.

   Los borrachitos eran escurridizos a la policía montada, y los bizarros gendarmes de a pie aplicaban su fuerza hercúlea para llevar a “chirona” a los escandalosos. Imponían respeto.

   La cárcel estaba situada en el perímetro actual de la escuela primaria “18 de Marzo” (16 de Septiembre y Carlos M. Ezquerro), y la comandancia de la gendarmería en la esquina actual de Independencia y Belisario Domínguez.

   ¡Qué tiempos aquellos, señor don Simón!

   Noche a noche los vecinos despertaban al escuchar el romántico vals o la alegre polka interpretados por la orquesta de don Juan Nava, donde tocaban “El Guancho”, “Chamustreta”, el “Negrito” Rosales y José Manríquez.

   Si usted llevaba serenata a su Dulcinea, le cobraban diez pesos desde las 8 de la noche hasta las 4 de la mañana, y le tocaban, de pilón, “Adiós Mamá Carlota”.


* En revista Antigua California, núm. 16, La Paz, BCS, noviembre de 1974, p. 39.