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Las misiones jesuíticas de Sonora y Sinaloa, base de la colonización de la Baja California, por Delfina E. López Sarrelangue, Estudios de Historia Novohispana, vol. II, UNAM, México, 1967.

Luego de los capítulos del estudio que explican los antecedentes del tema, se desarrollan los siguientes: California, último mito medieval; Las viejas y las nuevas razones para colonizar California, Los hombres hostiles, La lucha contra el medio, Las poblaciones de la California, La reducción de los californios, La economía de las misiones de California, La ayuda real, La caridad privada, la administración de las misiones de California, La hermandad de las misiones, La acendrada ternura de los socorros de Sonora y Sinaloa, La hermana pequeña, Organización de la ayuda a California, La abundancia de los socorros de Sonora y Sinaloa; El hombre, el mejor socorro; El pozo sin fondo, Los frutos definitivos.
   De interés muy especial para el presente es un párrafo que la autora asienta en la primera parte, al hablar de las designaciones con que fue conocida California y las divisiones políticas que ha sufrido, cuando expresa:
   “Falta aún la última etapa del nombre California. Al alcanzar su madurez política, demográfica y social, el actual Territorio Sur ¿cómo habrá de llamarse? Ojalá que entonces se acuda a la justicia histórica y, en testimonio de gratitud, se recuerde a quiénes se debe que California sea de México: el fundador de las primeras poblaciones, y su inspiradora, que dio origen al nombre de la primera capital de la Baja California. En ese caso, el nombre podría ser: Estado Libre y Soberano de Salvatierra-California o Estado Libre y Soberano de Loreto-California.”
   Esto lo sostenía la historiadora hace ya 45 años, apenas siete antes de que nuestra entidad alcanzara la calidad de estado autónomo y le fuera adjudicado el innecesariamente largo nombre de Baja California Sur.