UN PAÍS EXITOSO
De la alocución que escuchamos de Enrique Peña Nieto luego de que recibió la constancia como candidato de su partido a la presidencia de México, resaltó una palabra inusual en el discurso político mexicano: “Éxito”, y la expresó en cada una de las tres cuartillas en que consistió el texto a que dio lectura.
La primera vez empleó el término en la frase: “Éste es el tiempo de todos los que queremos un país exitoso, triunfador…”
En la segunda ocasión habló de “crear las oportunidades para que todo mexicano sea capaz de vivir su propia historia de éxito…”
Y en la tercera, casi para terminar, afirmó que “somos protagonistas de la nueva historia de éxito que vamos a escribir para México…”
Pero también se refirió a que “México no puede perder más tiempo…” y a que “el cambio en México es inevitable…”
¿País exitoso, república de triunfadores, transformaciones inminentes?
Puede entenderse la emoción y la convicción con que el candidato asume el compromiso de transformar a nuestra nación en el probable caso de llegar a la más alta responsabilidad ciudadana.
Pero para ello deberán ocurrir previamente muchas cosas.
De modo imprescindible, ejercer acciones decisivas que permitan desbrozar a México de los perversos intereses que se han opuesto al desarrollo deseable y urgente de la educación, la ciencia y la tecnología, materias vitales e insoslayablemente iniciales de toda intención innovadora.
Dejar de ser el nuestro un “País de mentiras”, como se titula uno de los libros de la escritora mexicana Sara Sefchovich, donde con fundada indignación habla de que la génesis de los males que sufre México está en ocultar o disfrazar la verdad en todos los espacios de nuestra vida pública y privada.
Deshacernos de las creencias de cuestionable validez histórica que han nutrido a nuestro “saber” sobre el pasado nacional, y enajenado la conciencia colectiva al grado de hacernos pensar, entre otras muchas falacias, que las causas de nuestro subdesarrollo están en factores externos y no dentro de nosotros mismos.
Quizá lo único valioso de las conmemoraciones del bicentenario de (haber comenzado) la guerra de Independencia y los cien años (del principio) de la Revolución, fue la realización de un conjunto importante de investigaciones y ensayos, así como la edición de obras que ayudan a profundizar en el sentido real y la validez tangible de esos fenómenos.
Dos de ellos son De héroes y mitos, de Enrique Krauze, y México: la historia de un país construido sobre mitos, de Juan Miguel Zunzunegui.
En su blog, Francisco Martín Moreno, autor de una catorcena de libros (el primero de los cuales fue México negro, 1986) se pregunta si los mexicanos no estamos “hartos de ser un país atrasado a pesar de tantos talentos desperdiciados…” Y también hay que leer la participación de Denisse Dresser en el foro “México ante la crisis”.
De todo ello deberemos hacer las debidas reflexiones, bajo la máxima de Platón de que el negocio público primordial es la educación. Por ahí empiezan las soluciones a todos los problemas y la satisfacción a todas las necesidades, individuales y sociales.
Bien por el candidato que convoca a reconstruir para los mexicanos un país de éxito; con él muchos creemos que es hora ya de dar a esta patria el lugar que debe tener entre las primeras del mundo, para dejar atrás el pasado vergonzante de mediocridad, ignorancia, indolencia, corrupción y todas las demás lacras que obstaculizan nuestro crecimiento…
Nada de sólo “avanzar”, “superar nuestros problemas” o “seguir adelante”; no: Tener éxito.
Pero antes hay mucho por desbrozar.
(Imagen: http://valor_es.blogia.com/)
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