CRÓNICA

SOBRE EL DÍA DE MUERTOS EN BCS

La celebración en México del día del recuerdo y las honras a los muertos mereció ser considerada en 2003 como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por la UNESCO.

   En esa fecha de este 2015, el corresponsal del periódico Excélsior, de la capital mexicana, Paúl J. Ulloa, publicó una nota fechada en La Paz, donde afirma que “el aislamiento que por décadas [sic] se vivió en Baja California Sur influyó para que la ciudadanía [concepto que excluye a los menores de edad] adquiera costumbres y tradiciones estadunidenses [sic]. Sin embargo, la [in] migración que ha ocurrido en los últimos [sic] años (cerca de 25 mil jornaleros agrícolas al año) ha detonado [estallado, reventado, tronado] que regresen [¿?] algunas costumbres y tradiciones mexicanas.”

   Sigue: “Este Día de Muertos o [sic] Halloween, los sudcalifornianos lo festejan de dos maneras. Las familias tradicionales de esta capital aún celebran el Día de Muertos disfrazando a sus hijos para que vayan a las tiendas departamentales del centro de esta ciudad o a las casas de sus colonias para pedir dulces. En estas familias no se aprecia el tradicional altar de muertos para honrar a sus ancestros. Sin embargo [¿?], la mayoría de los migrantes que vienen a Baja California Sur son originarios de Oaxaca, Michoacán, Guerrero, Chiapas y el Distrito Federal.”

   Y en su propia despistadez involucra al director del Instituto Sudcaliforniano de Cultura, quien supuestamente “reconoció que gracias a la gente del interior del país se han recuperado, de alguna manera, las tradiciones mexicanas.”

   Y finaliza hablando de lo que su sabiduría le dicta sobre lo que en este sentido ocurre en Tijuana, pero ése es otro asunto.

   Habría que aclarar a ese reportero que el aislamiento de BCS es de siglos, más que de “décadas”, pero en modo alguno “influyó para que su población adquiriera costumbres y tradiciones estadounidenses.” También se debe advertirle que la inmigración es la que básicamente dio lugar a la formación social de los sudcalifornianos durante milenios, desde la entrada de los grupos asiáticos que entraron a nuestro continente por el estrecho de Behring, algunos de los cuales se colaron a esta península.

   La integración peninsular aborigen con las etnias europeas se fraguó en el crisol de una nacionalidad incuestionable: pero aquí, precisamente por la lejanía del continente mexicano, se asumieron ritos y un imaginario propios que nada tienen que ver con altares de muertos, que por la presencia local de compatriotas indígenas han ido estableciéndose desde las instituciones en lugares públicos determinados (escuelas, plazas, centros de promoción cultural, etc.), pero la costumbre regional de arraigo popular es la visita in situ al sepulcro (o urna desde que recientemente se inició la práctica de la incineración) de sus ancestros en el propio panteón o templo donde se hallan, y ahí –luego de la limpieza y los retoque necesarios- se colocan memorias, flores y oraciones. 

   Así que la bella metáfora de la ofrenda doméstica, y el ajeno cuanto pavoroso jálogüin, se han mantenido en una tangible marginalidad de los usos, costumbres y tradiciones de Baja California Sur.

   Finalmente hay que decir que el funcionario a que alude el texto, de ningún modo pudo haber aseverado que las tradiciones mexicanas (o sean los susodichos altares) “se han recuperado”, porque resulta fuera de toda lógica que se pueda recuperar algo que jamás se ha perdido.


   Pero, bueno, ya estamos casi acostumbrados a que vengan individuos como el escribidor en cuestión, a reinventarnos y decir al resto del mundo lo que buenamente creen que somos.