EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS EN LAS CALIFORNIAS
EL NOMBRE DE
CALIFORNIA*
“Mucho tiempo antes de ubicarse las Californias en la geografía
del mundo, su nombre ya rodaba envuelto en la leyenda y la fantasía.” (Clementina
Díaz O.)
La palabra California
nació en el siglo XI, cuatro siglos antes de la llegada de los europeos a
América y a esta península mexicana.

Tal desastre impresionó
tanto que se mantuvo en la memoria de las generaciones, transmitiéndose por
tradición y en el repertorio de los trovadores y juglares de la Edad Media, que
eran cantadores populares que entretenían al público tanto de los castillos
como de las aldeas.
A medida que
transcurría el tiempo, la figura de Roldán fue agigantándose hasta convertirse
en un héroe legendario al que adjudicaban hazañas y características
extraordinarias. Así, en la estrofa 209 de La
Canción de Rolando, aparecen las quejas de Carlomagno: “Muerto está mi
sobrino que tantas tierras conquistara, y ahora se rebelarán en contra mía los
sajones y lo húngaros y los de Bulgaria y tanta gente enemiga, los romanos, los
de Pulia y todos los de Palermo y los de África y los de Califerne. Aquí apareció por primera vez la palabra que, al paso
del tiempo, se convirtió en California.

En el capítulo 157 de
este volumen, titulado “Del espantoso y no pensado socorro que la reina Calafia
en favor de los turcos llegó”, dice:

Las sergas (o hazañas)
de Esplandián, sintéticamente, relatan el sitio de la ciudad de Constantinopla
y su caída a manos de los sarracenos, quienes, de no haber contado con la ayuda
de la reina Calafia, de la isla de California y de sus aguerridas amazonas, no
hubieran podido abatir la resistencia de los cristianos.
Finalmente Calafia se
enamora de Esplandián, quien a su vez la rechaza; para continuar cerca de su
amado se casa con Talanque, uno de los más valerosos guerreros del héroe. Y
Liota, hermana menor de Calafia, contrae nupcias con Tartario, otro caballero
cristiano.

Otros suponen que el
vocablo proviene de “Calyforno” (horno de cal); del árabe “Califón” (tierra
grande o región larga); de “Colofón” (región de pinos resinosos); “kala
phornes”, “kala choranes”, “kalos phornia”, etc.
Ahora nos falta saber
quién bautizó a nuestra tierra con ese nombre:

Entre otros asuntos igualmente relevantes de esa crónica
sobresale el hecho de que en ella
aparece en tres ocasiones la denominación de “California”, lo que parece
ser la más antigua designación en referencia a la península.
La siguiente es la cita
textual de las menciones aludidas:
“Continuábamos nuestro
recorrido hasta los diez del dicho mes de noviembre [1539]... y cuanto más
avanzábamos siempre encontrábamos tierras más deleitables y hermosas tanto por
lo verdeante como por mostrar algunas llanuras y valles de ríos que descendían
hacia abajo hacia tierra adentro, desde ciertas montañas y colinas de grandes
selvas, pero no muy altas que se veían al interior de la tierra.”

Esta referencia es
quizá la aplicación más remota del topónimo California para nuestra península
y, por extensión, hasta lo que es (desde 1848) la California continental estadounidense, invaluable botín de la guerra contra nuestro país.
La segunda: “De este
modo se fue junto con los otros al lugar del agua donde así poco a poco se
reunieron más de cien de ellos, todos en orden y con algunos bastones con las
cuerdas para lanzar y con sus arcos y sus flechas y todos pintados. En tanto
vino el intérprete chichimeca de la isla California...”
La tercera: “El capitán
[Ulloa] ordenó que nuestro indio chichimeca les hablase, pero nunca se entendieron
de modo que sostenemos firmemente que no entendiese el lenguaje de la isla California...”
Respecto a otros
nombres que recibió nuestra península, son de mencionarse el de “Nueva Albión”,
que le puso el célebre corsario Francis Drake en 1577; el de “Islas Carolinas”
que le quisieron imponer los jesuitas en honor a Carlos II; y el de “Balchaya
Zembla” (Nueva Rusia), cuando los rusos dieron a conocer sus proyectos de
posesionarse de estas costas.
Pero ya había nacido
para la geografía del mundo y de nuestra patria la palabra California o, como
dice Fernando Jordán en El otro México:
"Así nació y fue California:,se engendró en un sueño de Colón, nació en las hazañas de Roldán, creció en la leyenda de Esplandián, Montalvo diole el nombre de una tierra enemiga de los
cristianos, supieron de ella Cortés y Nuño de Guzmán, descubrióla Fortún Jiménez, Alarcón bautizóla con el nombre de la legendaria California para ridiculizar a Cortés."
California es, al fin de cuentas y de cuentos, nombre mítico,
mágico y literario que tenemos el agrado y deber de preservar como parte del
patrimonio histórico de esta parte de México y sus habitantes.
Y con esto concluimos.
Aprecio a usted haber concedido oportunidad de hablar sobre un interesante
asunto relacionado con esta tierra tan querida para nosotros y tan incomprendida
por muchos mexicanos, porque sólo la conocen de referencia pero sigue tan lejos
de ellos como Europa o como África, a pesar de ser ahora tan fácil y cómodo
visitarla, para conocerla y amarla, como merece.
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS EN LAS CALIFORNIAS
VISIÓN CALIFORNIANA DE CORTÉS*
Por Eligio
Moisés Coronado,
cronista de las Californias.

Pero
la llegada de don Hernán a California aquel 3 de mayo de 1535 en que tomó
posesión del puerto y bahía de Santa Cruz, hoy La Paz, no tuvo un sólo
ingrediente negativo, y sí varios provechosos: fue trazado el primer mapa de
esta tierra, que a partir de entonces comenzó a recibir el nombre de
“California”, y pasó a formar parte de la historia, la geografía y la cultura
universales.
Esto
último es generalmente sabido, pero lo primero hay que demostrarlo:
En el libro de Mariano González Leal titulado Juan de Jasso, el Viejo, que consta de
325 páginas y está dividido en cuatro partes, la tercera transcribe testimonios
documentales sobre este personaje, uno de los capitanes de Cortés que lo acompañó
en su viaje a California.
En uno de dichos
papeles pueden leerse las órdenes que dio el conquistador a Jasso el domingo 18
de julio del propio 1535, cuando éste se dirigía a comandar la cuarta
exploración de la región aledaña a La Paz para, como las precedentes, conocer
su gente y las características de la tierra recién descubierta por ellos con el
propósito de establecer aquí una colonia permanente, “en el servicio de Dios y
el acrecentamiento del patrimonio real y la utilidad y provecho de los
conquistadores y pobladores.”
En las partes
medulares, el texto dice:
“Trabajaréis
por todas las formas que pudieres, de saber qué gente habita en aquella parte y
la calidad de ella y todas las otras particularidades, teniendo toda buena maña
y sufrimiento para que los naturales no se escandalicen ni se les haga daño ni disgusto
alguno, pues habremos de ir a vivir entre ellos y socorrernos de la necesidad
que al presente tenemos, y en esto os encargo mucho que tengáis muy especial
cuidado y vigilancia, avisando de ello a todos los de vuestra compañía y
apercibiéndolos de que serán castigados los que otra cosa hicieren.”
Enseguida
añade que “luego de que hayáis hallado tal tierra que os parezca y satisfagáis
que podemos ir a ella, volveréis..., habiendo dado a los naturales, mayormente
a los principales, los regalos que lleváis, y trabajando en dejarles con el más
contentamiento que fuere posible...”
Dispone
que “si topares alguna gente de los naturales de la tierra, ahora en poca
cantidad, ahora en mucha, ahora en pueblo o ranchería o fuera de ella,
trabajaréis por todas las formas que pudieres, en darles a entender que no vais
a enojarlos y a hacer daño ni perjuicio alguno, sino que vais a ver la tierra y
a buscar bastimentos, y que si los hallares se los pagaréis de los regalos que
lleváis...”
Y
reitera: “no consentiréis que ninguno de los de vuestra compañía los enoje en
persona ni en bienes, y si alguno sin vuestra licencia se desmandara, lo
castigaréis con toda rigurosidad en presencia de los naturales, y les daréis a
entender que por el enojo que les hicieron los castigáis.”
Sin
embargo, recomienda que, en caso de que los nativos provoquen pelea, los
españoles se defiendan, pero que se procure que las mujeres y los niños no
sufran daño alguno, y se evite la rapiña, “porque muchas veces suele acaecer
que la gente de guerra, movida con codicia..., se ocupa en el despojo; los
apercibiréis de que ninguno tome cosa [alguna], y esto habéis de amonestar con
mucha insistencia y castigarlo con mucha rigurosidad.”
De
todos modos aconseja ser desconfiados pues “como esta gente son bárbaros de
poca verdad, no conocen a Dios, suelen fingir amistad y debajo de ella hacer
muchos engaños.” No obstante, ordena conseguir guías entre los aborígenes, a
los que deberá darse buen tratamiento.
En
otros párrafos que siguen insiste en que “no consentiréis que se les tome cosa
alguna contra su voluntad..., y si algo os dieren se lo pagaréis de lo que
lleváis, de manera que queden contentos, y trabajad en no venir en rompimiento
con ellos.”
De
manera que el Hernán Cortés que vino a California llegó con al menos dieciséis
años de experiencia personal, tortuosa en varios casos, en su trato con
indígenas, que en esta nueva empresa le indicaron el camino de la concordia
para obtener frutos más convenientes a sus empeños.
Tal
visión del conquistador legitima el que el mar interior peninsular lleve
también su nombre, y lo mismo podría sugerirse para otras formas de
reconocimiento a un personaje fundamental del pasado californiano.
Y sería
tal vez buena manera de intentar reconciliar al indio y al español que todavía
luchan en el interior de nuestra sangre, integrada --aunque ello aún no sea
cabalmente admitido-- por la de ambos.
* Segunda de 5 partes de la ponencia presentada al XL Congreso Nacional de Cronistas Mexicanos y I Internacional de la Crónica, del 2 al 8 de septiembre de 2017 en Cancún, Q Roo. El texto in extenso aparecerá en el vol. II de la memoria respectiva.
EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS EN LAS CALIFORNIAS*
Ahí
estaba el marqués del Valle de Oaxaca comandando su quinta y penúltima empresa por
el océano Pacífico, en busca de la supuesta isla a la que la leyenda impondría
poco después el mágico nombre de California.
Aquí
habían arribado un año y medio antes los tripulantes del barco La Concepción, enviados por Cortés y
amotinados contra su jefe Diego Becerra, al que asesinaron encabezados por el
piloto Fortún Jiménez. En su huida hallaron accidentalmente la península
después llamada de la Antigua o Baja California, donde habitaron por poco
tiempo en lo que hoy es La Paz, hasta que los abusos de los extranjeros
produjeron la impaciencia de los indígenas, quienes quitaron finalmente la vida
al propio Jiménez y a una veintena de sus compañeros.
Los
pocos que quedaron debieron abordar su nave y escapar; llegaron a tierras del
actual estado de Sinaloa donde dieron a conocer la gran riqueza de perlas que
poseía la tierra recién vista por ojos europeos. Esas noticias y la idea de
rescatar su embarcación decidieron al Extremeño a viajar hasta este punto de la
mar del Sur.
Tres
barcos constituyeron la expedición: San
Lázaro, Santa Águeda y Santo Tomás, bien abastecidos de
provisiones y gente, entre la que se contaban carpinteros, herreros, marinos,
médicos, religiosos y soldados. Mandó las naves desde Acapulco hasta el litoral
de Sinaloa, y él con algunos de sus hombres marchó por tierra. Parte del
contingente y los bastimentos quedaron en la misma costa sinaloense, y la flota
se echó al mar el 15 de abril de 1535 con rumbo al poniente.
Dieciocho
días más tarde, después de haber avistado el extremo sur de la península (que
luego recibió el nombre de cabo de San Lucas: Yenecamú en lengua pericú) y penetrado por el golfo, estaban dentro
de esta bahía el capitán general de la Nueva España y su gente.
El 3
de mayo es todavía, en el calendario cristiano, el día de la Santa Cruz; por
ello recibió esta denominación la tierra que recién ponía Cortés bajo el
dominio de Carlos I, y que Sebastián Vizcaíno rebautizaría en 1596 como La Paz,
topónimo que prevaleció en definitiva.
Nada
similar era aquello al mundo de maravillas que todos esperaban. El paisaje
físico poco pudiera alentar a quienes venían en busca de riquezas fáciles, y el
humano sólo les ofrecía agrupamientos espontáneos en dura lucha por la
supervivencia en un medio difícil, y cuya evolución, por este motivo, había
quedado detenida en la recolección de frutos, la caza y la pesca.
En el
informe de Francisco Preciado, integrante de la expedición de Francisco de
Ulloa (1539-1540), también costeada por Cortés, se comenzó a dar el nombre de California a esta tierra, principalmente
en referencia a cabo San Lucas.
Luego
de conocerse su existencia por el resto del mundo, su atractivo aumentaría por
la posibilidad que para España representaba de plantar defensas contra la
piratería, así como puntos estratégicos de expansión hacia el norte y el
oriente. Para las órdenes religiosas significaba atraer más almas a la fe
cristiana. Y por lo que toca a las ambiciones particulares, la probabilidad de
obtener grandes ganancias en la pesquería de perlas, por citar sólo algunos
aspectos sobresalientes del irresistible “llamado de California”.
Ahí
permaneció casi dos años el conquistador, afanándose por hacer progresar la
fundación. No obstante que en persona procuró socorros a los colonos poniéndose
él mismo a punto de perecer, y a pesar de que recorrió la costa en busca de
mejor sitio, tuvo al cabo que volverse a México-Tenochtitlan, dejando el
provecho de los conocimientos geográficos obtenidos. Desde esos
acontecimientos, el golfo recibió los nombres de California y de mar de Cortés, que todavía conserva.
El
puerto y bahía de Santa Cruz, en la primera California
de todas, quedó así incorporada para siempre a la historia y la geografía universales.
* Primera de 5 partes leída en la Universidad Lasalle campus Cancún, dentro del XL Congreso Nacional de Cronistas Mexicanos y I Internacional de la Crónica, el
6 de septiembre de 2017. El texto in extenso aparecerá en el vol. II de la memoria respectiva.
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