Ahora que Felipe VI ha accedido al trono español, bien
valdría hacer un recuento breve de la historia acerca de sus felipianos
ascendientes y sus relaciones con nuestra California.
El primer rey
Felipe de España (1478-1506), llamado el “Hermoso”, contrajo matrimonio (por
motivos políticos, desde luego) con Juana I, hija de los reyes Católicos, que
así los llamó el papa (por motivos políticos, desde luego), y con él fue
inaugurada la casa de los Habsburgo que más tarde, ya en el siglo XIX y previos
los avatares consecuentes, nos enviaría a un emperador finalmente fusilado por
la legalidad republicana de México.
El segundo
Felipe (1527-1598) de España, llamado el “Prudente”, era hijo de Carlos I de
España (y V de Alemania, cuyo nombre tomó, sin pago de “regalías”, la marca del
chocolate mexicano) y de Isabel de Portugal, en cuyo reinado fueron abiertas
las Californias a la cultura, la geografía y la historia universales a partir
de que las tomó Hernán Cortés en su nombre aquel 3 de mayo de 1535. Desde la
primera mitad del siglo XVI hasta su muerte, Felipe II hizo de su patria la primera potencia europea, con territorios
en todos los continentes del planeta.
Felipe III
(1578-1621), llamado el “Piadoso”, gobernó desde 1598 hasta su muerte, y en ese
tiempo alcanzó España su mayor extensión territorial. Para nuestra California
significaron tiempos de exploraciones marítimas oficiales y privadas tan
importantes como las de Sebastián Vizcaíno y otros varios expedicionarios. En
este periodo publicó Miguel de Cervantes su obra monumental de la literatura en
nuestra lengua.
Felipe IV,
llamado el “Grande” (1605-1665), fue rey de España desde los dieciséis años de
edad hasta su muerte, y de Portugal hasta 1640. En su etapa reinante,
California continuó recibiendo visitantes europeos como Francisco de Ortega,
quien, con el patrocinio del virrey Rodrigo Pacheco y Osorio, marqués de
Cerralvo, de 1634 a
1636 exploró las costas orientales de la península y dio nombre a la mayor
parte de las islas del golfo: Cerralvo, Espíritu Santo, San José, Del Carmen,
San Marcos, Danzantes, Coronados, etc., a partir de lo cual continuaron los
frustrados intentos de otros navegantes.
Felipe V
(1683-1746), primer soberano de la casa de Borbón, a quien se denominó el
“Animoso” (por esa curiosa propensión a poner mote hasta a los monarcas,
proverbial ya de una mágica población del municipio de La Paz), reinó desde
1700 hasta su muerte, en cuyo periodo se efectuaron importantes reformas sobre
todo de índole política, administrativa, económica, educativa y de relaciones
exteriores. En California nacieron y se expandieron las misiones jesuíticas y
tuvo lugar la más extensa rebelión indígena contra la intrusión extranjera, de
1734 a 1736.
Don Felipe VI tiene
ahora poca cosa que ver con los asuntos californianos, pero es de esperarse que
pueda darse oportunidad de asistir a la develación del monumento a Hernán
Cortés, su extremeño paisano, en la capital sudcaliforniana, en alguna fecha cercana,
para abrir la esperada corriente de turismo ibérico a Baja California Sur.
México y España
se hallan en este momento dentro de un proceso reformista indetenible, como lo
declararon recientemente el presidente Enrique Peña Nieto y el jefe de estado
Mariano Rajoy.
Bueno, pues con
los fundamentos de la historia hay que abrir vías para crecer juntos mucho más
que en la actualidad.