SEMANA DE HISTORIA: LUIS DOMÍNGUEZ BAREÑO

EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS EN LAS CALIFORNIAS

EL NOMBRE DE CALIFORNIA*

 “Mucho tiempo antes de ubicarse las Californias en la geografía del mundo, su nombre ya rodaba envuelto en la leyenda y la fantasía.” (Clementina Díaz O.)

   La palabra California nació en el siglo XI, cuatro siglos antes de la llegada de los europeos a América y a esta península mexicana.

   Apareció por primera vez  en el Cantar de Roldán o La Canción de Rolando: Con motivo de la derrota que sufriera el emperador Carlomagno en la segunda mitad del año 778, por el rey moro de Zaragoza, en la frontera entre España y Francia, murió Roldán, sobrino de Carlomagno.

   Tal desastre impresionó tanto que se mantuvo en la memoria de las generaciones, transmitiéndose por tradición y en el repertorio de los trovadores y juglares de la Edad Media, que eran cantadores populares que entretenían al público tanto de los castillos como de las aldeas.

   A medida que transcurría el tiempo, la figura de Roldán fue agigantándose hasta convertirse en un héroe legendario al que adjudicaban hazañas y características extraordinarias. Así, en la estrofa 209 de La Canción de Rolando, aparecen las quejas de Carlomagno: “Muerto está mi sobrino que tantas tierras conquistara, y ahora se rebelarán en contra mía los sajones y lo húngaros y los de Bulgaria y tanta gente enemiga, los romanos, los de Pulia y todos los de Palermo y los de África y los de Califerne. Aquí apareció por primera vez la palabra que, al paso del tiempo, se convirtió en California.

   Más tarde, probablemente entre los años 1470 a 1485, apareció otra obra fantasiosa que relataba las peripecias y hazañas extraordinarias de un personaje español llamado Esplandián. El escritor español Garci Rodríguez de Montalbo tradujo los cuatro libros de un héroe muy en boga: Amadís de Gaula; después de ello decidió agregar por su cuenta un quinto libro, que refiere las aventuras del supuesto hijo de Amadís, y lo llamó Las sergas de Esplandián.

   En el capítulo 157 de este volumen, titulado “Del espantoso y no pensado socorro que la reina Calafia en favor de los turcos llegó”, dice:

   “Sabed que a la diestra mano de las Indias hubo una isla, llamada California, muy llegada a la parte del paraíso terrenal, la cual fue poblada de mujeres negras, sin que algún varón entre ellas hubiese, que casi como las amazonas era su modo de vivir. Eran éstas de valientes cuerpos y esforzados y ardientes corazones y de grandes fuerzas; la ínsula en sí la más fuerte de riscos y bravas peñas que en el mundo se hallaba; sus armas eran todas de oro y también las guarniciones de las bestias fieras en que, después de haberlas amansado, cabalgaban; que en toda la isla no había otro metal alguno. Moraban en cuevas muy bien labradas; tenían navíos muchos en que salían a otras partes a hacer sus cabalgaduras, y los hombres que prendían llevábanlos consigo, dándoles las muertes que adelante oiréis...”
  
   Las sergas (o hazañas) de Esplandián, sintéticamente, relatan el sitio de la ciudad de Constantinopla y su caída a manos de los sarracenos, quienes, de no haber contado con la ayuda de la reina Calafia, de la isla de California y de sus aguerridas amazonas, no hubieran podido abatir la resistencia de los cristianos.

   Finalmente Calafia se enamora de Esplandián, quien a su vez la rechaza; para continuar cerca de su amado se casa con Talanque, uno de los más valerosos guerreros del héroe. Y Liota, hermana menor de Calafia, contrae nupcias con Tartario, otro caballero cristiano.

   El norteamericano Edward Everett Hale fue quien aclaró en 1862 el misterio de la palabra, al encontrarla en las ya citadas Sergas de Esplandián, invalidando las anteriores interpretaciones como aquella de que nació de las palabras latinas Calida fornax, supuestamente pronunciadas por el conquistador al llegar a estas tierras, y que significan “horno caliente”; con toda la cultura que algunos le adjudican a Cortés, lo cierto es que sólo estuvo dos años en la Universidad de Salamanca.

   Otros suponen que el vocablo proviene de “Calyforno” (horno de cal); del árabe “Califón” (tierra grande o región larga); de “Colofón” (región de pinos resinosos); “kala phornes”, “kala choranes”, “kalos phornia”, etc.

   Ahora nos falta saber quién bautizó a nuestra tierra con ese nombre:

   Francisco Preciado acompañó como piloto a Francisco de Ulloa en su navegación a  esta parte de Nueva España en 1539 por encargo de Hernán Cortés, y de ese viaje produjo para la historia lo que se conoce como su “relación”, especie de recuento a la par que testimonio de acontecimientos dignos de recordación.

Entre otros asuntos igualmente relevantes de esa crónica sobresale el hecho de que en ella  aparece en tres ocasiones la denominación de “California”, lo que parece ser la más antigua designación en referencia a la península.

   La siguiente es la cita textual de las menciones aludidas:
  
   “Continuábamos nuestro recorrido hasta los diez del dicho mes de noviembre [1539]... y cuanto más avanzábamos siempre encontrábamos tierras más deleitables y hermosas tanto por lo verdeante como por mostrar algunas llanuras y valles de ríos que descendían hacia abajo hacia tierra adentro, desde ciertas montañas y colinas de grandes selvas, pero no muy altas que se veían al interior de la tierra.”

   “Aquí nos encontramos a 54 leguas de distancia de la California...”, es decir de cabo San Lucas, ya que se encontraban en la bahía de La Paz.

   Esta referencia es quizá la aplicación más remota del topónimo California para nuestra península y, por extensión, hasta lo que es (desde 1848) la California continental estadounidense, invaluable botín de la guerra contra nuestro país.

   La segunda: “De este modo se fue junto con los otros al lugar del agua donde así poco a poco se reunieron más de cien de ellos, todos en orden y con algunos bastones con las cuerdas para lanzar y con sus arcos y sus flechas y todos pintados. En tanto vino el intérprete chichimeca de la isla California...”

   La tercera: “El capitán [Ulloa] ordenó que nuestro indio chichimeca les hablase, pero nunca se entendieron de modo que sostenemos firmemente que no entendiese el lenguaje de la isla California...”

   Respecto a otros nombres que recibió nuestra península, son de mencionarse el de “Nueva Albión”, que le puso el célebre corsario Francis Drake en 1577; el de “Islas Carolinas” que le quisieron imponer los jesuitas en honor a Carlos II; y el de “Balchaya Zembla” (Nueva Rusia), cuando los rusos dieron a conocer sus proyectos de posesionarse de estas costas.

   Pero ya había nacido para la geografía del mundo y de nuestra patria la palabra California o, como dice Fernando Jordán en El otro México:

"Así nació y fue California:,se engendró en un sueño de Colón, nació en las hazañas de Roldán, creció en la leyenda de Esplandián, Montalvo diole el nombre de una tierra enemiga de los cristianos, supieron de ella Cortés y Nuño de Guzmán, descubrióla Fortún Jiménez, Alarcón bautizóla con el nombre de la legendaria California para ridiculizar a Cortés."

   California es, al fin de cuentas y de cuentos, nombre mítico, mágico y literario que tenemos el agrado y deber de preservar como parte del patrimonio histórico de esta parte de México y sus habitantes.

   Y con esto concluimos. Aprecio a usted haber concedido oportunidad de hablar sobre un interesante asunto relacionado con esta tierra tan querida para nosotros y tan incomprendida por muchos mexicanos, porque sólo la conocen de referencia pero sigue tan lejos de ellos como Europa o como África, a pesar de ser ahora tan fácil y cómodo visitarla, para conocerla y amarla, como merece.

Tercera de 5 partes de la ponencia presentada al XL Congreso Nacional de Cronistas Mexicanos y I Internacional de la Crónica, del 2 al 8  de septiembre de 2017 en Cancún, Q Roo. El texto in extenso aparecerá en el vol. II de la memoria respectiva.