MI INTERÉS POR
LA BAJA CALIFORNIA Y SU HISTORIA
Por
Miguel León-Portilla
Al
tiempo en que estudiaba la primaria, tuve una maestra que en la clase de
historia nos dijo que California había pertenecido a México pero ahora era ya
parte de los Estados Unidos. Yo había visto varios mapas y recordaba que
existía una tira de tierra que también tenía el nombre de California y era
territorio mexicano. Levanté entonces la mano y, autorizado a hablar, manifesté
que había una California mexicana. La maestra repitió lo que había dicho antes:
California era parte de los Estados Unidos. Insistí en que había una California
que seguía perteneciendo a México. La maestra se molestó mucho, y ante lo que
le pareció mi terquedad e ignorancia, me hizo salir del salón de clase.
De
regreso a casa volví a ver el mapa y comprobé que, a pesar de todo, sí había
una California mexicana, dividida en dos territorios, los de Baja California
norte y sur. Busqué entonces libros que me explicaran lo que había ocurrido.
También pregunté a mi padre y a otros maestros. Pude así enterarme de que
existían dos Californias, una que nos arrebataron los norteamericanos en una
guerra de conquista y otra que México pudo conservar casi milagrosamente. Pocas
personas conocían la historia de la California que seguía siendo mexicana. Su
territorio, a pesar de ser muy grande, se hallaba casi en el olvido.
Cuando
era niño estaba muy poco poblado y con escasa comunicación con el resto del
país. También pude enterarme de que los Estados Unidos no habían renunciado a
la idea de que esta otra California debía también pertenecerles.
Ésta,
que no es sino una anécdota que viví, me dejó honda huella. Cuando, por obra
del náhuatl me “convertí” a la historia, el tema de la California mexicana, su
geografía, su pasado y presente, con frecuencia me volvían a la cabeza. Un día,
platicando con don Carlos Pellicer que acababa de regresar de un recorrido por
la California mexicana, lo escuché ponderar las maravillas de su rica
naturaleza y las bondades de sus habitantes. Don Carlos decía que aquello era
un paraíso en el que sus pobladores eran del todo ajenos al pecado original.
Decidí
entonces ir a Baja California. Ocurrió ello a mediados de los años sesenta. Esa
primera visita en compañía de Ascensión, mi esposa, fue inolvidable […]
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En Miguel León-Portilla, La California
mexicana. Ensayos acerca de su historia, UNAM, 1995, México, págs.
8-9.