ROSTROS DE CALIFORNIA MEXICANA

                                                                        1964-1992

ACTUALIDAD

COMICIOS Y DESERTORES

        
 Abstenerse de emitir el sufragio es, seguramente, actitud de un desertor, de un prófugo del deber cívico, de quien se rehúsa a expresar su opinión política (fuera del círculo de amigos o compañeros de café); del tránsfuga de la obligación ciudadana más elemental en un sistema –que nos hemos dado, que ningún gobierno ha concedido gratuitamente- donde estamos en posibilidad de participar en las decisiones que atañen a la vida colectiva.

        
Dejar de votar es conducta de alguien que abandona casi impunemente la realización de una tarea sencilla pero importante que le demanda su grupo social; del que huye, sin más, dejando íntegramente al resto de sus semejantes el encargo de determinar asuntos en los que tiene el compromiso de dar su parecer.
        
La inhibición de votar constituye una flagrante defección, renuncia irresponsable al ejercicio de una conquista que ha costado grande y prolongado esfuerzo obtener, mantener e incrementar.
        
El ausentismo comicial es indiferencia, apatía, pereza, negligencia, importapoquismo y falta de conciencia civil.         
        
Porque falto de conciencia civil es, sin duda, quien asume todo ello frente a las normas de observancia obligatoria, como es la de emitir la voluntad personal mediante el voto, a que obligan la Constitución mexicana y la ley electoral de Sudcalifornia.
        
Importante también es saber que una votación abundante limita de modo considerable las intenciones del fraude electoral.

Los sudcalifornianos oriundos que no votan cometen un acto indudable de traición a su tierra.

En igual caso, los avecindados hacen un gesto de reprochable deslealtad a su suelo adoptivo.


Es de esperarse, entonces, que nadie dé muestra de infidelidad ciudadana en tal sentido. Y vote.

CRÓNICA HUÉSPED

ACTUALIDAD DE ORTEGA EN LA SUDCALIFORNIDAD*


Por Francisco Javier  Carballo.

Félix Ortega Aguilar, jefe triunfante dentro de la revolución constitucionalista y víctima política de la guerra civil entablada entre convencionistas y carrancistas, continúa siendo un baluarte –con su ejemplo- en la defensa de las aspiraciones y derechos de los sudcalifornianos.
   No lo decimos porque sí. El Ortega histórico, que en realidad presenta numerosas facetas significativas, se distinguió –y eso es lo que interesa en las horas de confusión que vivimos- por demostrar que el hombre de esta tierra es capaz de llevar a cabo su tarea sin ninguna ayuda foránea y en medio de las más variadas dificultades; a diferencia de lo que sucediera después, en los años del “gran aislamiento” (de 1920 a 1965), que son los de una constante actitud plañidera que desemboca en aquello de : “dame una mano, hermano, hombre de México”; dicho esto por boca extraña y sin levantar la más leve protesta de inconformidad.
   Contrastando con el gobierno de sus antecesores, reaccionarios y revolucionarios, que se dedicaron casi exclusivamente a combatir a sus enemigos, el de Ortega surge como una novedad sólo equiparable, entonces, al del general Salvador Alvarado en Yucatán, que también se inclina por una política de reformas prácticas que merecieron la atención de sus contemporáneos.
   La administración convencionista de Ortega en 1915, no obstante que se ve obligada a combatir a sus enemigos de adentro y de afuera, enfrentando conspiraciones y rebeliones, se entrega desde sus comienzos a la realización de obras materiales y a dictar medidas que procuran sanear e impulsar la economía de la zona en previsión de que la guerra se prolongue y contemplando la posibilidad de que el Distrito Sur de la Baja California se baste a sí mismo y pueda ser erigido en estado libre y soberano.
   “¡Cuán orgullosos nos sentiríamos los sudcalifornianos –dice Ortega en esas fechas, hablando de sus planes en ejecución- de haber llegado a tal altura con nuestros propios esfuerzos y tras una dura prueba!”
   Mejoramiento de la agricultura, protección de la ganadería, orden en el sistema monetario, control de productos básicos y de consumo popular, exportaciones al extranjero, educación democrática en las escuelas, seguridad y eficacia en el transporte marítimo, combate a la carestía, etc., son renglones sobresalientes, entre otros, de su acción gubernativa, verdaderamente singular, al grado de que se adelanta más de setenta años, en estos propósitos, a los gobernantes actuales.
   Por demás está decir que un cuartelazo truncó en su raíz tal política y que poco después, alrededor de 1920, se inicia ese “aislamiento” y descenso económico que se alarga por decenios hasta 1965, y aun en esa coyuntura Ortega prevé lo que también habría de ocurrir y que sería reiterado en el discurso de la posteridad: “El movimiento revolucionario  no ha terminado, ni terminará hasta que se purifiquen los ideales, y las aspiraciones se cristalicen en un solo deseo: el triunfo de la causa del pueblo.”
   ¿No se repite todavía lo mismo, al cabo de catorce lustros?
   Su lenguaje y la intención de su obra revolucionaria siguen vigentes, y de ahí que, a pesar de sus descalabros y de los hechos que pretenden minimizar a su figura, se le vea presente y actuante dentro de la Sudcalifornidad, que tanto preocupa a propios y extraños, sobre todo ahora que empieza a ser batida en todos los frentes sin ninguna contemplación.
   Por ello, quien fuera jefe constitucionalista decidido a realizar la revolución con gente de su pueblo, puesto que sólo pidió a los correligionarios de Sonora que lo ayudaran con armas y municiones (que nunca le llegaron); quien fue general brigadier convencionista del Distrito Sur, con un programa de avanzada, continúa siendo válido por su visión y sus arrestos, en el contexto amenazado de Baja California Sur.


* Publicado en 1986.