CRÓNICA HUÉSPED

DISCURSO PRELIMINAR

Por Manuel Márquez de León*

Consagrado desde mis primeros años al servicio de la patria, todos mis esfuerzos se han encaminado siempre a un fin preferido, a su felicidad; y como me ha tocado en suerte vivir en una época desgraciada, donde la virtud no es favorablemente acogida por la generalidad de mis compatriotas, he tenido que sufrir mucho. Frecuentemente me han tratado de visionario y loco todos aquellos que sólo saben rendir culto al interés privado. Nada he podido adelantar en la vida política porque son muy pocos los que quieren seguir una bandera que lleva por lema desprendimiento, y no se compra la adhesión con dinero contante.

   Larga ha sido mi carrera, y si se me abona el tiempo doble por las campañas que tengo hechas, podré contar tantos años de servicios como los que he vivido; pero si no he pasado de general de brigada, teniendo hoy por superiores a entidades que nada eran cuando yo mandaba en jefe una división, no me siento por ello con pesar o vergüenza, porque me anima la convicción de que esto ha sido por falta de fortuna o porque nunca he pretendido ascensos, y no porque mis merecimientos sean inferiores a los suyos. La opinión pública nos juzgará.

  Persuadido de que el origen de los males que pesan sobre mi país es la corrupción, ese veneno que mata la dignidad y envilece a las naciones, me he propuesto combatirlo con la pluma, ya que con un enemigo tan temible por su ruindad poco sirve la espada.

   Las virtudes cívicas son la base única sobre que los pueblos pueden levantar el edificio de su grandeza, y sin religión no puede haber virtud, sin virtud no hay patriotismo, sin patriotismo no hay libertad, y sin libertad no hay bienestar. Los esclavos no pueden ser felices, son unos desgraciados.

   Para elevar el espíritu he tomado a mi cargo la difícil tarea de defender la religión, fundándome en la ciencia y en el amor a la patria, pero mi obra es la del libre pensador, no la del fanático, por eso sujeto a un severo examen las más importantes materias, tanto en religión como en ciencias: y no dudo que las ideas nuevas que proclamo se creerán demasiado atrevidas por algunos, y absurdas por otros, pero suplico a los lectores prudentes las estudien con cuidado, y espero que así mereceré su indulgencia.

  Las circunstancias en que me hallaba cuando me ocupé de trazar el bosquejo que hoy presento, eran tan desfavorables que no se podía hacer otra cosa mejor, y antes de darlo a luz me habría ocupado de reformarlo, pero todavía en aquellos críticos momentos me obligó la desesperación a principiar otra obra que continuaré con mejores elementos, para que llene los vacíos que ésta deja, reservándome desarrollar en ella los pensamientos que aquí se inician. Hay asuntos que se han tocado tan superficialmente que por incompletos no han podido menos de quedar defectuosos; y que por ser de no poca importancia les voy dando en mi nueva obra mayor ensanche,

   Cuando escribí las cartas para Mr. Camilo Flammarión, que van por apéndice, era yo un rebelde, me hallaba en el rancho de los Algodones esperando ser atacado por las fuerzas del gobierno, y no era aquel el tiempo más a propósito para tales trabajos. Después hice algunas adiciones que son todavía muy insuficientes, pero habiendo cambiado mi situación podré en adelante, con presencia de los autores más acreditados, volver a ocuparme del asunto más tranquilamente, y quizá con mejor éxito.

   Uno de los objetos principales que me propongo es demostrar a mis conciudadanos que pocos defectos se pueden comparar con la falta de criterio, por lo graves peligros que trae consigo la ligereza en admitir lo que se dice o se escribe, sin examinarlo antes con prudencia y madurez; porque para eso nos ha dado Dios la inteligencia y la libertad de pensar, y es necesario tener en cuenta el poco escrúpulo con que hoy se oculta la verdad y se sacrifica el bien público al mezquino egoísmo. Cada escritor dice, con el mayor aplomo, que sus que sus pensamientos o sus hombres son los únicos que pueden salvar el país, tomando en la acepción de esta palabra lo que les conviene.

   Yo he dado en la manía de amar a mi patria con desinterés, de trabajar por ella de buena fe, y acepto el calificativo de loco; y de un loco bastante raro en estos tiempos, cuando es tan difícil que tal locura exista.


* Introducción a su libro En mis ratos de soledad, Tip. de J. Bardier, México, 1885, reeditado en 1977 por el Patronato del Estudiante Sudcaliforniano, y en 2014 por el Archivo Histórico “Pablo L. Martínez”, de Baja California Sur.