CRÓNICA

LE ENCONTRAMOS DROGA A PABLO

Lo vimos en un anuncio de televisión hace algunos pocos años: el jefe de la casa llega al hogar y su esposa le dice que el director del colegio quiere ver a ambos. Se preguntan a qué se deberá, pero ninguno de los dos puede anticiparse la noticia terrible:

  - “Lamento hacerlos venir; le encontramos droga a Pablo; lo tenemos que expulsar.”

   Era un mensaje bien intencionado, sin duda, pero el productor expresaba en él algunas características preocupantes de la realidad.

   Uno podía imaginarse lo que seguía: El señor director, luego de estas palabras fatales, se lavó las manos tranquilamente y despidió a los padres de Pablo que confiaron en que éste había ingresado a una institución educativa donde podría continuar sus estudios hacia un futuro promisorio.

   Detengámonos a ver el cinismo irresponsable del directivo escolar cuando, con una lamentación a todas luces insincera, informa que al chico le fue hallada droga y sentencia: “Lo tenemos que expulsar.” 

   Es decir que, si no le hubiese sido hallada, Pablo hubiera estado exento de problema. Evidentemente lo tenía en cuanto consumidor o vendedor de droga, mas eso carecía de interés para el funcionario, que se limitó a trasladar el drama del joven y su familia a otra parte, afuera de los muros escolares, con aterradora displicencia.

   Fácil, ¿no? Se supone que, a continuación, nadie iba a cuestionar al director acerca de las causas del descubrimiento del que aparentemente se hallaba tan ajeno: Sencillamente “Le encontramos droga a Pablo; lo tenemos que expulsar”, y ya.

   ¡Cuál fue la advertencia subliminal de esta microhistoria televisiva? La de que el centro educativo de que se trate (primaria, secundaria, preparatoria o de estudios superiores) quedaba libre de asumir compromiso alguno respecto a sus alumnos en lo que atañe a uno de los altos riesgos de la conducta juvenil como es la adicción a las drogas. ¿Qué le parece?

   Entonces los señores directivos y profesores de tales centros educativos se limitarán a lavarse las manos y desafanarse de la preocupación primordial que debería ser la actuación de sus alumnos.

   El problema de la drogadicción alcanza ya índices alarmantes en Baja California Sur. ¿La respuesta del director de la escuela de Pablo podrá dejar tranquilos a los padres de familia que han confiado a determinadas instituciones la formación de sus hijos?

   En términos educativos, nada de lo que ocurre a nuestros alumnos nos es completamente ajeno, de tal manera que es una aberración pretender que la escuela (la universidad, el colegio o lo que sea) quede liberada de su compromiso ético, académico y social con decir “lo tenemos que expulsar”. Y santo remedio.

   ¿Qué se sigue de ahí, trátese de escuelas particulares o públicas? Una demanda formal en la Procuraduría Federal del Consumidor o en la agencia correspondiente del ministerio público, que determinará la situación de cada uno de los involucrados ante la ley.

   Porque la tragedia de Pablo atañe a todos, a más del muchacho: a sus padres, a los profesores y al director de ese centro educativo, a las autoridades gubernamentales, a la sociedad toda. Nadie puede pretender que está fuera del problema, decir olímpicamente “lo tenemos que expulsar” y quedar tan campante.

   Los problemas derivados de la drogadicción y el consecuente narcotráfico (porque sin demanda decrece la oferta), son efectos de causas más remotas y profundas. Y esas causas tienen orígenes en factores fundamentales como la familia, el barrio, el estrato social, las oportunidades y muchos más.

   Encontrarle droga a Pablo es, entonces, asunto menos sencillo de lo que parece.


   Quizá al final salgamos expulsados todos. (Emc)