CRÓNICA HUÉSPED

CALIFORNIA: LABORATORIO DE SÍNTESIS BARROCA


Por Antonio Pompa y Pompa.*

El barroco es el alma y expresión del México integrado, del México auténtico. De aquel México que es y será plenamente síntesis de lo universal, y que está en dinámica formación. Es el barroco, pues, la auténtica expresión de México; sin entender nuestro barroco es imposible interpretar el alma de México. Este barroco lo tenemos manifiesto, con altibajos, en todas las expresiones del mexicano, en la literatura, en la poesía muy particularmente, en la arquitectura con su estupenda floración en el siglo XVIII, y en toda su extensión biotipológica en el extenso y maravilloso territorio mexicano, lleno de actitudes que son genuina expresión de una sensibilidad barroca.
   El barroco mexicano –dice Octavio Valdés—es la inquietud de la línea, línea sin reposo en perpetuo devenir, como persiguiendo la expresión de algo que no acaba nunca de manifestar. Ignora los perfiles estrictos y, en constante aventura, se lanza hacia arriba por veredas inesperadas, tejiendo inverosímiles laberintos y, cuando tropieza con los términos arquitectónicos, se escapa de las limitaciones, derramando en el espacio jardines increíbles.
  así es la expresión genuina del alma del mexicano. Mas si estudiamos las manifestaciones insospechadas en la expresión de México, encontramos –ya lo hemos dicho—cierta limitación en el aparcelamiento de la idiosincrasia regional. Todo mexicano está sujeto a un común denominador, pero con una serie de peculiaridades, con una serie de aspectos y manifestaciones que, dentro de ese común, tiene una particularidad que le limita y le hace diferente de sus costumbres y por su región.
   El yucatanense difiere del veracruzano y ambos del norteño, del hombre del bajío, del tapatío o del hombre de la costa occidental; hasta en su alimentación, el sonorense come y actúa de muy diverso modo que el hombre de Chiapas o del tabasqueño. Su paisaje es distinto, su paisaje diferente. Su conciencia aparenta complicaciones y expresión amargada como si fuese víctima de algunas frustraciones; ello es explicable, su mestizaje va hacia lo integral, mas aún no está integrado. Quiere expresar realidades y realizaciones que ha concebido pero que aún no experimenta por su propio sentido; por ello, en forma volcánica a veces, a veces brutal, trata de explicar, y al explicar complica en formas de expresión dinámica.
   A todo este barroquismo aparcelado en el extenso solar mexicano, se vuelca en la California por medio de la inmigración y, como ya hemos dicho en ocasión antecedente, la California se convierte en laboratorio de síntesis barroca del barroquismo mexicano.
   Para el historiador, para el sociólogo, para el economista, para el antropólogo social, para el psicólogo, la península de la Baja California es el mejor laboratorio para la especulación del mestizaje mexicano, de ese mestizaje cultural que nos hace universales dentro de ese estudio de ecumenidad con tónica mexicana.
   Como el mare nostrum de los romanos y de los griegos, así el golfo de California o mar de Cortés está reconcentrando los estratos de las expresiones mestizas de esas parcelas que hacen de México un mosaico.
   Si en México se está gestando un mestizaje cultural, más que somático, progresivo e ininterrumpido, en la península de la California se está operando el mismo fenómeno, pero con una violencia, con un acelerado movimiento que se presta para la especulación y para augurar la forma en que el auténtico México se está formando.
   México, indiscutiblemente, está en un carril dinámico, pero la California opera esa integración con mayor rapidez, con mayor urgencia, y esto tiene una explicación lógica: en la provincia se hace un haz de voluntades que integra la idiosincrasia regional, su paisaje, su tradición, la herencia familiar, las costumbres conservadoras de lo propio, de aquello que “no se encuentra en otra parte fuera de su provincia”.
   Pero cuando el provinciano sale en plan de aventura y aposenta en territorio de la California, inhóspito y bello, su psicología se disloca y encuentra una comunidad de semejantes en igual proceso espiritual, y entonces forma y constituye un haz barroco, un haz embrionario de auténtica mexicanidad.
   Por ello la California se ha convertido en un laboratorio del mexicano del mañana.
   (Imagen: Diálogo de las caracolas, óleo de Alejandro Angulo Green.)


* En Antonio Pompa y Pompa, Espejo de provincia (Geografía del paisaje mexicano), Edit. Porrúa, México, 1975.