CALIFORNIA, ¿PARAÍSO O INFIERNO?
Por Salvador
Bernabéu Albert
A los deseos
jesuitas de controlar el poder religioso y militar de la península y de poner
bajo su tutela los futuros proyectos de colonización, le acompañaron el
monopolio del discurso literario y propagandístico. Su visión de la misión en California se extendió por el orbe gracias a
sus colegios, casas y agentes en las cortes europeas. En contraposición, se
difundieron en secreto, oralmente, los rumores y las murmuraciones. Ambos se
esparcieron y se confundieron continuamente, alimentando un incesante debate crítico sobre las
realizaciones jesuitas y los fines ocultos de su presencia en tan desolados
parajes. Los rumores se convirtieron, para el vulgo, en los desveladores del secreto de los jesuitas. En los
primeros años, las críticas fueron dirigidas a la ilicitud y exageración de los
controles jesuitas sobre los militares, los barcos y las riquezas de la
península. Sus autores fueron los soldados y los marineros puestos bajo el
mando jesuita, además de los pobladores de la contracosta (Sonora y Sinaloa),
acostumbrados a ir con o sin licencia a los placeres perleros. Por último,
también los armadores de Guadalajara y México, que vieron cerrada una de sus
fronteras de inversión y expansión, se sintieron decepcionados y perjudicados
por los controles jesuitas del golfo de California, también conocido como mar
Bermejo o mar de Cortés.
En las primeras
obras impresas sobre la California jesuita [cartas de los padres Salvatierra y
Píccolo], la llegada de la Compañía fue presentada como el inicio de una nueva
época. En las cartas de gratitud a los bienhechores –editadas en 1698 y 1699--,
Salvatierra ensalzó el triunfo de la fe y anunció una feroz batalla entre
María, la gran conquistadora, y el demonio, para la que eran necesarias nuevas
aportaciones. Al presbítero Juan Caballero y Ocio le escribió: <<
¡Dichoso del escogido para poblar de tantas naciones el reino perdido por
Luzbel! >>; y a sus compañeros ignacianos –especialmente al procurador de
México Juan de Ugarte—les describió con más detalles los retos de la incipiente
comunidad californiana: los problemas de abastecimiento, las primeras
impresiones del país y los encuentros con los indios. Esta diversidad de
matices será una constante en los años siguientes, conviviendo varias visiones
e interpretaciones en los mismos escritos jesuitas. No hay un único discurso
ignaciano, lo que provocó que los mismos misioneros se desmintieran y se
contradijeran antes y después de su salida de California.
Esta idea de una
conquista de lo inconquistable se
repitió en la mayoría de los cronistas jesuitas de la California. La idea
central de Salvatierra era que la Virgen había posibilitado la ocupación porque
los jesuitas no codiciaban las perlas. La California era conquistable ahora por
la falta de ambición económica. En carta a Ugarte (9 de junio de 1699) fue más
explícito: <>.
En sus cartas e
informes, los jesuitas –en busca de apoyos oficiales y de donaciones
particulares— se presentaron como elegidos por María para sacar al territorio
de las garras del demonio, que utilizará todas sus armas para echar a los
padres. Esta batalla sin tregua justificaba el poder de los religiosos y los
frenos a la colonización civil.
En Expulsados del
infierno. El exilio de los misioneros jesuitas de la península californiana
(1767-1768), Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 2008,
págs. 46-47.