ACTUALIDAD


ELOGIO EN BOCA PROPIA…

   …es vituperio, según conocido aforismo.
   O sea que aquellos que se esmeran en enumerar sus hipotéticas virtudes deben ser escuchados con alguna pertinente dosis de escepticismo.
   Especialmente en época de promociones individuales como la campaña política que acaba de terminar, es frecuente escuchar frases del estilo de “yo soy honesto”, “tengo calidad moral”, “soy un demócrata”, “provengo de la cultura del esfuerzo”, “tengo principios”, “soy leal” y otros lugares comunes de jaez similar, tratando de convencernos cada quien de supuestas dignidades, por lo general sin antecedentes demostrables o con evidencias que las contradicen.
   Una persona de mi estimación, para vacunar a sus hijos de los efectos nefastos de la publicidad televisiva, en vez de evitar que vieran los anuncios acostumbraba hacer competir a sus vástagos para ver cuál de ellos les encontraba más defectos, luego de recordarles que la propaganda que favorece a cada producto es pagada por sus propios fabricantes, lo cual hace nada confiables los milagros que le atribuyen.
   Como cuando los padres y abuelos cuentan las gracias y adelantos de sus pequeños descendientes, atiborrando al auditorio de gracias infantiles multiplicadas por el amor ciego de sus progenitores, a sabiendas o no de que los oyentes creen sólo una parte de lo que el entusiasmo paternal (o abuelar) les comparten. 
   Sin embargo, cuando los partidos políticos endilgan tales o cuales prometedoras valías a sus candidatos, se ven u oyen menos mal que cuando son éstos quienes se autoadornan de alabanzas, merecimientos y derechos a alcanzar la confianza y la consecuente voluntad ciudadana expresada en el sufragio.
   Gobernantes hay que en cada ocasión que les ofrece un micrófono hacen  recuento de sus obras, síntesis del informe anterior, cubriéndose de lisonjas, con la idea de merecer admiración y aplauso por hacer lo que están obligados a realizar. Y, desde luego, jamás faltan colaboradores, beneficiarios y periodistas que estén dispuestos a prodigárselos, llenándolos de sentidas loas y tiernos requiebros.
   La experiencia nos aconseja desconfiar del autoelogio, porque finalmente es producto de la necesidad de afirmación existencial y reconocimiento externo que la propia persona está lejos de tener para sí misma.
   Hay en el refranero popular ciertos antídotos que ayudan a evitar que nos podamos conmover por aquellos proclives a echarse flores; algunos ejemplos: “Por sus frutos los conoceréis”, “Obras son amores y no buenas razones”, “Por la boca muere el pez” y, el mejor: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces…”