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EL TÉRMINO “BAJA”

El caso es que desde hace varios años se ha estado utilizando el término “baja” para designar a esta península noroccidental de México, y a sus dos entidades federativas, sustrayéndoles sin más su denominación legítima y original: California.
Parece ser que el vocablo, indicativo de disminución, pérdida e inferioridad, se presta mejor a ciertos usos de índole turística, comercial y deportiva, tanto como a ciertos propósitos aún inconfesados.
Entre todas las Californias, es la nuestra, la del extremo sur, las que más motivos tiene para ostentar, sin añadiduras ni adjetivos, ese mágico nombre. En segundo lugar el estado de Baja California (norte). Y finalmente, en tercer sitio –nótese bien-, la Nueva o Alta California, que desde 1848 es parte de los Estados Unidos de (norte) América.
La explicación es históricamente incontrovertible: desde la primera mitad del siglo XVI, la zona que se nombró California fue esta porción sur peninsular, a partir del viaje que hizo a ella el Conquistador de México.
A California decían que iban cuantos navegantes en empresas oficiales o privadas salían hacia la región de cabo San Lucas o La Paz.
Más tarde, el puerto de Loreto, dentro de esta mitad peninsular, llegó a convertirse en semillero de las misiones de todas las Californias. Desde ahí habrían de salir las múltiples expediciones que descubrieron, colonizaron y civilizaron el ámbito enorme de las llamadas Antigua California (la península) y Nueva California (prolongación geográfica, política y cultural de aquélla).
Sin embargo, la chocante denominación de “baja” para nuestra península y las dos Californias mexicanas prendió y persiste, aun en la misma Baja California Sur, a pesar de la ley que a este respecto decretó el gobernador Alvarado Arámburo en diciembre de 1982, que ha obtenido algunos triunfos, no obstante.
Pero habrá que continuar insistiendo en que, si algún punto del universo merece el nombre de California es precisamente esta península, sobre todo su porción meridional.
La desinformación histórica hace suponer que el proceso civilizatorio californiano fue de norte a sur, siendo que ocurrió precisamente a la inversa: las primeras expresiones de cultura occidental en lo que hoy (merced a la rapiña del expansionismo norteamericano) es la California estadounidense, partieron de Sudcalifornia.
Como afirma Constantino Bayle:
“...de la siembra que en Loreto se iniciaba y luego se corrió a la península entera, salieron los sacos de trigo y los fardales de legumbres y los tocones frutales y las ovejas y vacas y caballos, el algodón y la vid con que Junípero Serra convirtió en vergeles y ranchos ganaderos los campos donde hoy se asientan Los Ángeles, Sacramento, Santa Bárbara, San Francisco... Baja California fue la base para la conquista, cultura y conversión de California Alta...”
Pugnar entonces por que a la península y a sus estados se les respete la denominación de California, sin añadiduras ni adjetivos, es reintegrarles lo que es auténticamente suyo.
Por otra parte, si los anglosajones vieran que tenemos respeto por nosotros mismos, no tendrían más remedio que respetarnos. De forma que nos llaman como supuestamente queremos o al menos aceptamos o permitimos que se nos llame.

[La fotografía que ilustra a esta sección es del historiador norteamericano Edward Everett Hale (1822-1909), quien descubrió el nombre California en Las sergas de Esplandián, en 1862. El origen de esa bella y mágica “palabra de agradable ritmo” puede leerse en: http://www.loyola.tij.uia.mx/ebooks/historia_baja/%5B7%5D%20%20Origen%20de%20la%20palabra%20California.%20III.pdf]