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FÁBULAS ALIMAÑESCAS

Cuando se dieron cuenta de que en casa se habían cometido errores que a la postre permitieron la entrada de toda suerte de alimañas, era demasiado tarde.
De ningún modo porque quisieran tenerlas; al contrario: entraron a pesar de la repugnancia familiar por ellas, pero tuvieron que aceptar el hecho de que ya estaban ahí, haciendo el daño que los anfitriones merecían por su indolencia y desatención a la amenaza.
Lo cierto es que hacía ya tanto tiempo que las cosas marchaban razonablemente bien, que descuidaron y dejaron de aplicar con el debido rigor las normas de prevención y limpieza que las hubieran mantenido alejadas.
Pero ocurrió que proliferaron en tal medida que hasta llegaron a convertirse en miembros de la familia, a quienes éstos llegaron a ver incluso con simpatía –tal fue su forma subrepticia de penetrar- que les impidió advertir los riesgos de que la plaga llegara a tomar posesión de la casa.
Se aliaron convenientemente con otras tribus animales, exigieron derechos inauditos y arrojaron un día con tal violencia a sus ocupantes que la sorpresa y el asombro los dejaron inmóviles. Y al expulsarlos no dejaron de anunciarles que ahora en esa residencia las cosas marcharían mejor con ellas y sin sus antiguos habitantes.
Así quedaron éstos fuera del hogar que habían construido y por cuyo desarrollo y crecimiento habían puesto tanto empeño durante tantos años, en el transcurso de una larga historia de afanosa laboriosidad.
Pero no lanzaron a todos: la plaga decidió que permanecieran adentro los miembros de la familia que previamente se habían identificado con aquella, sin duda para salvar el pellejo porque preveían inminente su asalto. Entonces quedó entendido que éstos tenían una parte oculta de su naturaleza que los hacía proclives a la depredación, el pillaje y el despojo; por eso les resultó fácil entrar en componendas con los nuevos huéspedes al grado de convertirse en colaboradores que, desde luego, como integrantes de la pandilla, disfrutaron del botín.
Y sucedió lo previsible: las sabandijas, desprovistas de inteligencia, sin vocación para el trabajo y carentes de gusto por el esfuerzo, incapaces de hacer prosperar lo que habían tomado por la fuerza, fueron acabando con el patrimonio, los recursos, la heredad largamente acumulada... con todo.
Hasta con la identidad hogareña, porque les estorbaba, y pretendieron convencerse de que la historia de la casa comenzó cuando llegaron ellas.
Cuando intentaron explicarse qué había pasado, cómo era que a los anteriores inquilinos las cosas les habían funcionado y a ellas no, con el mayor desparpajo concluyeron en que fueron precisamente los antiguos habitantes de la vivienda los responsables de no dejar los elementos suficientes y permanentes que ellas pudiesen usufructuar sin tasa ni medida, como pensaron al principio.
Aquello despedía un olor nauseabundo.
El vecindario estaba harto, como es de suponerse, e instaba a los anteriores residentes a recuperar lo que eventualmente habían perdido por sus fallas, descuido, omisiones, errores y (digámoslo de una vez) negligencia inexcusable.
Desde hacía tiempo, los viejos moradores de la vivienda reflexionaban en ello, hacían actos de contrición al mismo tiempo que se organizaban y entre ellos y los vecinos hacían acopio de todo lo que les permitiera llevar a cabo, en plazos perentorios, las indispensables tareas que liberarían a todos de los perversos bichos.
Sabedores éstos de que a esas alturas no las tenían todas consigo, dentro de la comunidad maniobraron para ofrecer que en la siguiente temporada sí habrían de ser modelos de pulcritud y limpieza, encabezarían proyectos de higiene, bienestar y desarrollo mediante los cuales harían las cosas que en su oportunidad fueron incapaces de hacer o querer hacer.
Pero ya habían dejado de ser sujetos de crédito.
A pesar de ver cerca el fin de su temporal hegemonía, la costumbre del poder y la remota probabilidad de permanecer los llevaron a una lucha intestina por lo poco que aún quedaba, y eso los diezmó a tal grado que terminaron por perderlo todo.
En tales condiciones, los desalojados se aprestaron a darles la batalla definitiva...