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DIGNIDAD DE LA CIUDAD

En el ahora ya no tan apacible transcurrir de los años de La Paz, varios de sus lugares han tornado, de poseer funciones socialmente lamentables, a servir para actividades de mayor dignidad.
Si usted considera que merece la molestia comentar el asunto, veamos algunos casos:
Los terrenos que pasó a ocupar en los últimos lustros el estadio municipal de beisbol, habían servido poco antes como cementerio de fosas comunes durante una de las varias epidemias que ha sufrido la ciudad desde su fundación hasta el pasado reciente.
La antigua construcción que albergó a las escuelas secundaria Morelos y Normal Urbana, después a una sala cinematográfica y luego a un centro de espectáculos (Belisario Domínguez entre 5 de Mayo e independencia), en su origen fue de las primeras cárceles paceñas.
Un excelente edificio, el "Sobarzo" -llamado así porque se honró la memoria de un servidor social denominando con su apellido al sanatorio de la comunidad-, fue convertido en el nuevo reclusorio al cual se le añadió la oficina del delegado de gobierno y posteriormente el departamento de Tránsito (Altamirano y Constitución). Ahí acudía usted a cumplir una pena corporal, a pagar una multa o, cuando menos, a visitar a un pariente o amigo en dificultades.
La prisión cedió entonces su residencia a la biblioteca pública "Justo Sierra", y el resto del sector lo ocuparon el Museo de Antropología e Historia, el Ágora y las instalaciones de Fonapás ( enseguida dirección estatal de Cultura y durante algún tiempo el instituto del mismo ramo). Nos consta que se requirió labor extraordinaria volver simpatía la justificada animadversión que producía el sitio entre los habitantes locales.
Dos sitios que en nuestros días ocupan la Ciudad de las Niñas (en el antiguo "Mirador", actualmente llamado colina de la Cruz) y la escuela secundaria federal número dos -que fue primera sede también de la escuela Normal Superior-, habían sido, inmediatamente antes, asientos de sendos prostíbulos.
Donde estuvo otra de semejantes casas fue establecida una negociación de plásticos, dentro de una populosa colonia esteriteña.
Poco más allá de los límites de la población, en la ex-isla de San Juan Nepomuceno, en la bahía de Pichilingue, se halló fincado un depósito de carbón para los buques de la marina de los Estados Unidos, mediante una indeseable concesión vigente de 1866 a 1925. Lo que queda de ello está desde entonces bajo custodia de la secretaría de Marina, y otra parte del área fue dedicada a terminal de transbordadores (desde 1974), así como a muelles y bodegas de un puerto pesquero, inicialmente, y de altura en 1990.
Con estos pocos ejemplos puede verse cómo el pueblo de La Paz y sus autoridades determinaron, en varios momentos de la ya larga vida de nuestra capital -que arranca de 1535 y, en un proceso de desarrollo creciente, desde principios del siglo XIX-, irle reintegrando su intrínseca dignidad.
Deberá alentarnos, asimismo, saber que en ningún caso -al menos del que haya testimonio- se han registrado fenómenos inversos, es decir que nos hayamos visto precisados a cancelar funciones de utilidad colectiva con el fin de destinar edificios o superficies para efectuar otras de menor rango.
Así, estos pasos de dignificación en favor de la ciudad no sólo pueden sino deben darse, en beneficio del mejor desenvolvimiento comunal.

em_coronado@yahoo.com